Vuelo sobre un camino de certezas

Teresa Sanz
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Segoviano aunque su nombre despiste, se acaba de proclamar campeón del mundo de capoeira

Vuelo sobre un camino de certezas - Foto: Rosa Blanco

Pasa con la capoeira lo que con muchos otros deportes. No están todos los días en los medios ni irradian el poder de los que mueven grandes sumas de dinero. Si no, a este segoviano le pararían por la calle para pedirle autógrafos y darle continuas enhorabuenas.

Acaba de regresar con un brillante oro del Campeonato mundial de Capoeira, celebrado en Brasil, la cuna de esta destreza. A los dieciocho años ha inscrito Segovia en lo más alto de una disciplina, declarada por la UNESCO Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Llegó a la Capoeira como otros llegan al ciclismo, el tenis de mesa o la natación: contagiado por amigos. Tenia diez años cuando le dijeron: “Vente a hacer capoeira, que te gustará”. Le enganchó: “Y hasta hoy, que he llegado a ser campeón mundial”. Lo dice con modestia de verdad el joven que llegó a Segovia con apenas dos años y se convirtió en segoviano. Solo la formación de sus apellidos delata su origen.

“En Bulgaria los apellidos funcionan añadiendo al nombre del padre ‘ov’. Como Iván es un nombre común, hay muchos Ivanov; en femenino, Ivanova.”, explica conciso.

Habla un castellano culto, pausado, lo que unido a su físico casi eslavo convierte en tontería preguntarle procedencia. “Soy de Segovia. Aquí estudié Infantil, Primaria, Bachillerato y, ahora, un grado de dos años en TEAS”, para convertirse en Técnico de Enseñanza y Animación Socio Deportiva.

Hace ya tiempo que todo gira en su vida alrededor de la capoeira. De ahí los estudios actuales y los de Fisioterapia, que planean a corto plazo.

Sobre lo que hace este campeón mundial  no parecen agotarse los estilos y a él, que domina cualquier movimiento con maestría, le gustan las acrobacias.

Cuando se mueve, ensancha el mundo. La fuerza de su trabajo no está en la técnica, ni en la pulsión de la capoeira, sino en lo que viene a decir de otro modo.

 “Capoeira es un arte marcial disfrazado de baile que puede hacer todo el mundo. Entrenan niños de 3 años y  mayores. Cada uno lo enfoca hacia donde quiere. He visto gente de 60 haciendo mortales”, dice este apasionado que lleva ocho años practicando.

Se deshace en elogios hacia su entrenador, Flavio Oliveira; un brasileño que ha llegado a crear una gran escuela de capoeristas, integrada por ochenta alumnos.

Le llaman Contramestre Magrela y, en su categoría, se ha traído una plata del mismo mundial en el que Yordan se alzó en la categoría de Alumno con el oro.

Pocos saben que Segovia, tierra de dulzaina más que berimbaus, y de jotas más que capoeira, ha sido ya siete veces campeona mundial de esta disciplina en la que los atletas muestran el dominio de su cuerpo a través de  movimientos fluidos y control mental.

Dicen de Yordan sus amigos que siempre fue habilidoso, constante y trabajador. Capaz de conseguir lo que se ha propuesto.

Él resta importancia a los logros, pero reconoce que desde que tuvo uso de razón ha valorado la introspección  y la disciplina. “Me ha gustado ser bueno en lo que hago, mostrarme profesional”.

Dicho y hecho.

Tiene una manera de ser flexible, sin quebrar. Aprendió a ser ágil, explosivo, fuerte y flexible. Todo al mismo tiempo. Y en esa manera de expresarse, halló su estrategia para convertirse cuando es necesario en pequeño, pese a estar cerca del metro-noventa. “Ser grande no te garantiza nada; es positivo pero puede ser una carga”.

En la vida real,  en el peor de los escenarios, esos que a nadie le gustaría tener que afrontar, también le serviría de defensa natural la destreza que popularizó Carlinhos Brown. “La capoeira se piensa más en clave de danza, pero es una lucha. En Brasil, no se cortan”, dice.

Para Yordan la capoeira ha sido multiplicadora. Además del vuelo liviano, la música, imprescindible en este arte, le educó desde muy niño el oído.

“Creamos la música con un atabaque, panderos, agogó”.

 Componen, ejecutan, cantan y además ha aprendido a hablar portugués.

Su palmarés decora su habitación, repleta de medallas y trofeos.

En diciembre del pasado año ganó en Segovia el Primer campeonato de España celebrado en la ciudad del Acueducto.

Hace unos días, en Curitiba, capital del estado brasileño de Paraná,  el mundial.

Mucho antes, Polonia, Portugal, Reino Unido. Tiene cinco campeonatos de Castilla y León. Ha ganado un Europeo, además de un segundo y tercer puesto; tres interprovinciales; un campeonato de España y un absoluto.

Derrocha reconocimientos que  jamás se le suben a la cabeza porque, como él mismo refiere, “en la capoeira más importante que la destreza de movimientos es la psicología y el autocontrol”.

Más allá del triunfo, asegura que lo mejor es el viaje. Metafóricamente hablando y en su sentido real. Es lo que más le gusta: “viajar, conocer otros lugares y convivir unos días con otros”, afirma.

Le encanta lo que hace y pese a estudiar por las tardes, no perdona el entrenamiento que, tras el mundial, ha vuelto a su normalidad. “Ahora, 10 horas a la semana. Para el mundial entrené seis meses, día y noche”, señala.

Su forma física excelente evidencia una vida saludable que alimenta ver cumplido  su sueño: Llegar a ser profesor y lograr antes de los cuarenta la máxima categoría en lo suyo: Mestre. Algo que exige de buena práctica y muchos años de dedicación: “Nadie puede ser Contramestre o Mestre sin llevar 25 años de práctica y tener menos de 40”.

En ese mundo de grados que conjuga la capoeira, él está a punto de dejar de ser alumno.

Si en el karate funcionan por cinturones, aquí lo hacen por cuerdas. “Cuando coges la novena cuerda eres Graduado”, explica. Él coge la octava este año.

Luego llegarán Monitor, Instructor, Profesor, Contramestre y Mestre, y entre medias, aquel niño que nació en Pavlikeni, habrá logrado lo que se propuso cuando apenas levantaba medio metro del suelo.

Con entereza y tesón contracorriente, aun se ríe, agradecido a sus padres.

“El día que dije que iba a  apuntarme a Capoeira, solo me preguntaron : ’¿y eso qué es…?”. Aquello era lo que le convirtió en un  joven extraordinario,  lleno de  sentido común y certezas.