Al rescate del barón de Montigny, preso en el Alcázar

Sergio Arribas
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El historiador Eduardo Juárez publica 'Historia del Espionaje', donde repasa la figura de agentes secretos y soplones. También complots y operaciones secretas, como la que trató de liberar en el siglo XVI a aquel noble flamenco del Alcázar.

Al rescate del barón de Montigny, preso en el Alcázar - Foto: Rosa Blanco

A Eduardo Juárez le resulta «imposible» escribir un libro sin hablar de Segovia o del Real Sitio, donde ostenta el título de cronista oficial. Ya lo hizo en ‘Venecia y el secreto del vidrio’, donde, para explicar las luchas libradas en la Edad Media para preservar las técnicas de manufactura del material, arrancó su relato hablando de La Granja.

Fiel a este sentimiento, la última obra de este profesor de la Universidad Carlos III, también incluye episodios relacionados con Segovia. ‘Eso no estaba en mi libro de… historia del espionaje’ (Editorial Almuzara) hace el número 15 publicado por el historiador, donde, como bien reza su título, repasa complots, conspiraciones, tramas, intrigas y conspiraciones; y disecciona la figura de los espias, agentes e informantes, y el porqué de su labor, al servicio de reyes, presidentes, grandes oligarguías y mandatarios, que utilizaban la preciosa información para la toma de decisiones políticas. Solo el glosario de nombres citados suma más de 400.

«Esto no es ‘te pago un dinero para que robes información’, sino que todo obedece a un proceso de gestión de la información que existe desde 600 años antes de Cristo, cuando encontramos las primeras referencias a los espías en el libro de Sun Tzu», apunta Juárez, que confiesa haberse «divertido mucho» al escribir un libro con rigor histórico, aunque también divulgativo, con suficientes elementos que garantizan una lectura llena de entretenimiento.

Dos ‘perlas’. En ese afán divulgativo, el libro está cargado de historias «alucinantes», entre las que Juárez ha incluido «dos perlas» relacionadas con el espionaje que tuvieron Segovia como escenario. ¿Espias por Segovia? «Si hablamos solo de La Granja, muchos, a punta pala», responde el historiador, que recuerda cómo el Real Sitio fue durante más de 200 años la ‘corte’ española, a veces de forma ocasional y otras de forma permanente, caso de la época de Felipe V, que reinó de 1700 a 1746. «Cada vez que los reyes veraneaban, aquí venían embajadores, también hasta el siglo XIX, y todos, claro, venían con sus servicios de información», afirma.

Más allá de este trasiego de ‘curiosos’ en la corte, Juárez habla en su libro de dos episodios concretos. Uno de ellos, según dice, «da para una novela» y es la que se relaciona con Carlos de Austria, hijo mayor de Felipe II, de complexión débil y enfermiza, con un alto grado de consanguinidad —superior incluso al de Carlos II ‘El Hechizado’— provocado por la endogamia o esa habitual práctica entre reyes de casarse con parientes por fines políticos y que terminó por destruir a la dinastía de los Austria. 
Flandes vivía un permanente estado de rebelión y su oligarquía intentó un proceso conspiratorio que buscaba la independencia de los territorios de los Países Bajos bajo dominio de Felipe II. Buscan, según explica Juárez, que el príncipe Don Carlos se autoproclamase ‘rey de Flandes’ para así desgajar el territorio del Imperio; haciendo uso de un monarca sin consistencia mental y con graves problemas de salud.

Juárez relata que entre los aristócratas flamencos que participan en el complot está Floris de Montmorency —barón de Montigny—, que es capturado, como otros muchos, después de que el príncipe Don Carlos informara de sus planes a Juan de Austria —el hermano bastardo de Felipe II— y éste se lo contara al emperador. Cautivo, el príncipe trató de emprender una huelga de hambre, en la que fracasó. Esto, junto a su debilidad física, fue la causa probable de su muerte, que acaeció el 24 de julio de 1568. 

El barón de Montigny fue encarcelado en el Alcázar de Segovia, teniendo como destino el verdugo. «Los flamencos rebeldes —explica Juárez— organizaron una operación rescate en el Alcázar. Y no se les ocurre que mandar a 25 personas disfrazadas de peregrinos del Camino de Santiago». Hasta los pies de la fortaleza llegaron los rescatadores, peregrinos que formaban una comparsa de músicos. A las puertas del Alcázar empezaron a cantar, bailar, se formó una algarabía. Mientras soldados y paisanos estaban distraídos con el jolgorio, el barón, informado del rescate y al que lograron llevar una cuerda, lanzó una escala desde una de las torres para bajar, aprovechando la oscuridad de la noche y la juerga que centraba todas las miradas. «Fue tal el escándalo de la música y los bailes, que salió el alcaide del Alcázar… ¡Coño¡ ¡¿Qué hace ese preso saliendo de aquella ventana?¡. Es decir, —puntualiza el historiador— que si no se da cuenta el alcaide, se escapa. Era un plan ridículo pero que casi les funciona. Al final le apresaron al barón y le trasladaron al castillo de Olmedo, donde lo ejecutaron».

El mapa de 1937. El segundo episodio del mundo del espionaje relacionado con Segovia que Juárez ha incluido en su obra tuvo lugar siglos después, durante la Guerra Civil, en 1937, en el preludio de la ‘Batalla de La Granja’. Es una operación orquestada por el bando republicano, que ansía reconquistar una capital de provincias y elige Segovia al estar desprotegida.

Juárez conoció la historia al descubrir un mapa en el Archivo General Militar de Ávila, reproducido en el libro. Los republicanos confiaron a un explorador, un tipo de espía, para que se adentrara en las líneas enemigas; concretamente para que investigara las defensas franquistas en La Granja y lo reflejara en un mapa, el instrumento que utilizarían las tropas para la ofensiva. «El mapa era un desastre. Pone la Colegiata en la Plaza del barrio bajo, el Palacio al otro lado… No lo entendía, ¿es que estaba borracho?», se preguntó el historiador al descubrir aquel plano manuscrito.

«Probablemente entró por la Puerta del campo, la zona más cercana a la frontera republicana y allí había dos tabernas. Seguro que las visitó y al salir, ebrio, se acordó de su misión y dibujó a toda prisa el mapa, que es una auténtica porquería, porque nada tiene que ver con La Granja. Así fue que el ejército republicano, fiándose del plano, fracasó estrepitosamente, al no tener información apropiada», dice.

Espías, lo contrario a un traidor 

«Ser un espía no es deshonroso», sostiene el historiador Eduardo Juárez. «Al final —razona— ponen en peligro su vida, su prestigio, profesión o situación familiar, sea por defender o mejorar la situación de su país o sociedad en la que viven. Para mí es justo lo contrario a un traidor».
En su investigación, al profesor de la Universidad Carlos III lo que más le ha llamado la atención son los ‘agentes dobles’ o el funcionamiento de las grandes estructuras y agencias de información, desde la KGB soviética, al CNI español o el GRU, el temido y secreto brazo del espionaje militar ruso que llegó a dirigir Vladímir Putin.

El primer bloque del libro, de 256 páginas, abunda en descifrar lo que es un espia. «Todo el mundo dice que lo sabe, pero no es cierto. Hay espias que espían, espías que mandan espiar, espías que son espiados y hay espías que espían sin saber que son espías», sostiene.

Juárez repasa desde los tipos de espias, desde la antigüedad hasta nuestros días, hasta las grandes estructuras de inteligencia. Y de sus métodos, puesto que ofrece al lector ejemplos de sistemas de encriptados de mensajes, con ejemplos de las técnicas más sencillas. El lector podrá aprender a escribir mensajes casi imposibles de descifrar; esto es, fuera del alcance de los espías.