El lobo pierde el miedo

David Aso
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Los ganaderos segovianos manifiestan su preocupación por la idea del Gobierno de elevar la protección de los lobos y extender la prohibición de cazarlos a todo el país. En la provincia, los ataques se han duplicado en cuatro años, con 465 2n 2020

Segovia registra 465 ataques de lobos a ganado en un año - Foto: Ical

El lobo, animal de cuento y pesadilla, amado por unos y odiado o temido por otros, idealizado y a la vez tan terrenal como un carnívoro en expansión, está perdiendo el miedo al hombre. Ya no se oculta ni a mediodía y sus avistamientos son cada vez más frecuentes a cualquier hora en numerosos pueblos de la provincia, aunque ignore lo cerca que está de entrar en el listado de especies de protección especial. Lo aprobó la semana pasada la Comisión Estatal para el Patrimonio Natural y la Biodiversidad a propuesta del Gobierno y con un consenso polémico por ajustado. La balanza se inclinó de su lado por el voto de calidad del representante del Ministerio para la Transición Ecológica con el apoyo de siete comunidades que, siendo ajenas al lobo por no tenerlo en sus territorios, pesan igual en la toma de decisiones. Votaron en contra las cuatro comunidades loberas (Cantabria, Galicia, Asturias y Castilla y León), que concentran más del 95% de la población del emblemático cánido en España, y fueron respaldadas por otras cuatro, pero no bastó para frenar la propuesta.

Al sur del Duero ya no se podían cazar ni con la justificación excepcional del control cinegético, pero tampoco será posible al norte si este proceso político administrativo culmina en los términos previstos (la decisión de la Comisión no es vinculante y requiere la aprobación del Gobierno de una orden ministerial abocada a recursos). 

La expansión de una de las especies más carismáticas de la península, si no la que más junto con el lince o el águila imperial, apuntaría por ello a seguir en aumento. Bien lo celebran quienes admiran este animal y bien lo lamentan quienes lo ven incompatible con la vida de su víctima favorita, la ganadería extensiva, en riesgo latente de ataques por su exposición en grandes extensiones de terreno difícilmente abarcables para su defensa. 

Imágenes facilitadas por las fincas Catosa y La Perla, situadas en Torrecaballeros y El Cubillo, que muestran las consecuencias de algunos de los numerosos ataques de lobos sufridos por ambas explotaciones en los últimos meses.Imágenes facilitadas por las fincas Catosa y La Perla, situadas en Torrecaballeros y El Cubillo, que muestran las consecuencias de algunos de los numerosos ataques de lobos sufridos por ambas explotaciones en los últimos meses.

Si el lobo es importante para la biodiversidad, no es menor el valor ambiental, y por supuesto económico y social, de la ganadería. Y paradójicamente, igual que por un lado el lobo es pernicioso para el ganado por motivos obvios, resulta que también lo protege ayudando a controlar la población de jabalíes y ungulados como la cabra montés, transmisores de enfermedades como la tuberculosis. 

Sin embargo, cada vez es más alto el precio que pagan por su presencia las administraciones públicas debido a las indemnizaciones a los ganaderos. En Castilla y León, las que abona la Junta se han duplicado en cinco años: de 525.320 euros en 2015 a 846.706 en 2016, 866.609 en 2017, 1.130.614 en 2018, 1.235.002 en 2019 con datos provisionales a falta de incluir expedientes aún abiertos… Coincide además que el año pasado se aprobó subir las indemnizaciones: por un ternero cruzado, por ejemplo, se ha pasado de 385 a 450 euros, cuantía que se multiplica por 1,5 (a 675) si es de raza pura. Pero también está el alto precio que asumen los ganaderos por sobregastos que se quedan sin cubrir por la Administración pública y que las organizaciones profesionales agrarias de Castilla y León ((la Alianza UPA-COAG, Asaja y UCCL) estiman en al menos otro millón. Ahí incluyen desde los daños en instalaciones hasta la pérdida de fertilidad de las reses por estrés (salvo que denuncien y obtengan sentencia favorable por vía judicial, algo cada vez más frecuente), así como los animales que desaparecen sin que quede suficiente rastro de ellos para poder acreditar el ataque y cobrar.

Según datos provisionales de la Consejería de Medio Ambiente, los ganaderos de Castilla y León comunicaron el año pasado concretamente un total de 2.578 ataques de lobo con un balance global de 3.685 cabezas de ganado muertas. Ávila fue la provincia que más sufrió por ello (1.501 y 1.594) y Segovia ya es la segunda desde hace varios años, con 465 ataques y 840 cabezas perdidas en 2020. Son prácticamente el doble que en 2016 (240 ataques) y el triple que en 2013 (159), si bien ya en 2017 se superó la barrera de los 400 (401), agravando un conflicto que aún no era tal cuando, en los años 90 del siglo pasado, se saludaba la reaparición del lobo en esta tierra. Empezó a serlo hace década y media, ante una notable expansión que incluso ha desfasado el censo oficial vigente, realizado por la Consejería de Medio Ambiente entre 2012 y 2013.

La población de lobo de Castilla y León se cifraba entonces en 179 manadas, bastantes más que las reflejadas en los censos de 2000-2001 (149) o 1987-1988 (125). A Segovia, sin embargo, ‘sólo’ se le atribuían diez, aparte de otra compartida en la frontera con Ávila, que a su vez sumaba seis. ¿Y hasta qué punto han podido crecer las poblaciones de lobo de estas dos provincias si entre ambas sumaban entonces 17 manadas y en 2020 concentraron 1.966 ataques, mientras León o Zamora se quedaron en 356 teniendo en aquel censo 99 manadas (54 y 45)? Como apuntan desde Medio Ambiente, no habrá respuesta veraz «hasta que no se realice el nuevo censo de Castilla y León en 2022, en el marco del Censo Nacional, que se realiza cada diez años». «No obstante, sí podemos afirmar que se ha producido un notable incremento poblacional en los territorios situados al sur del Duero», matizan. En 2020, por contra, la Junta no tiene constancia de lobos muertos en Segovia por caza ilegal, envenenamientos o atropellos.

VÍCTIMAS DEL LOBO. Otero de Herreros, Trescasas, Torrecaballeros, Lastras de Cuéllar, Santiuste de Pedraza, Torre Val de San Pedro, Aldealengua de Pedraza, Gallegos, Aldeanueva de la Serrezuela, Santo Tomé del Puerto, Riaza y Sanchidrián eran los pueblos «de referencia» de aquellas manadas segovianas, pero ya entonces había otros considerados «lugares de potencial asentamiento de grupos», si es que no los tenían ya, al haberse registrado, en el transcurso de la elaboración de aquel viejo censo, una «acumulación destacable de información de lobos» en Lastras del Pozo, Escobar de Polendos, Puebla de Pedraza, o Castroserracín.

«La población de lobos ha tenido que crecer una barbaridad», afirma Alberto Herranz, propietario de la finca La Perla, en El Cubillo. «Conste que me encanta que haya lobos, pero sin un control cinegético pueden hacer que desaparezca la ganadería», advierte. «El último ataque lo sufrí este miércoles y desde enero de 2020 llevamos 23 bajas entre las que hemos podido certificar (14) y las de terneros de los que no quedó rastro (9)». De hecho, de esas 23 bajas, 5 se han producido entre enero y el miércoles de esta semana.

Herranz cuenta que a veces es un lobo que se sacia con un ternero, pero otras son más y se cobran varios en un mismo ataque. «En una ocasión a una vaca le arrancaron el rabo y le mordieron las patas, y en un ataque posterior mataron a la vaca y su cría», recuerda. Él mismo los avista con cierta frecuencia: «Ya se mueven sin vergüenza, tan pronto te los encuentras a las 6 de la mañana como a las cinco de la tarde», destaca. De hecho, aunque suele tener más ataques de noche, «a partir de las 22.30 o las 23.00», el último tuvo lugar a primera hora de una mañana del pasado enero: «Me mataron un ternero de unos 80 kilos, fui con el guarda forestal para certificar el ataque a mediodía y la sangre aún estaba reciente. Después bajamos al caserío a hacer el parte, volví a subir con el coche sobre las 13.30 para coger los restos y llevarlos al camión de los cadáveres y ya no estaba el ternero», relata. «Los lobos debían de estar cerca, esperando a que nos fuéramos, y lo arrastraron unos 400 metros hasta meterse en el monte».

El problema no se limita además a las reses que se encuentra muertas o heridas. Por un lado están las que desaparecen por posibles ataques no verificados al no hallarse indicios suficientes para acreditarlos ante la Administración; y por otro, sobre todo, el hecho de que los partos de su ganado hayan bajado más de un 20% «por el estrés de los animales».

Para proteger a sus reses asegura que procura llevarse a las vacas que van a parir a unos «cuarteles» que tiene al lado de casa y cuenta con siete mastines, pero el año pasado los lobos ya le mataron uno. Son los medios preventivos más habituales en el sector junto con los vallados, en ocasiones electrificados, aunque también se opta por otros recursos como cañones simuladores de disparos e incluso burros. Al ganadero de Brieva Alfonso Velasco le funcionan desde hace años, demostrando que estos animales pueden adoptar un papel muy diferente al que siempre tuvieron en el ideario colectivo o en esos cuentos clásicos donde el lobo se ganó el apelativo de feroz.

El emblemático cánido sigue siendo más o menos el mismo personaje, pero el guion ha cambiado al encontrarse con un guardián de ganado relativamente nuevo. Le desconcierta, le rompe los esquemas porque los rebuznos avisan a las reses de la presencia del lobo para que se agrupe, y si no desiste en su ataque y se da media vuelta, que es lo que suele hacer, se expone a llevarse la coz del miedo, o una dentellada que puede ser mortal en un contraataque de frente. Sin miedo porque la ignorancia es atrevida, porque saca fuerza de su propio miedo o por lo que sea. Hay teorías de todo tipo pero, en cualquier caso, el burro, ese animal que siempre suele presentarse tan simpático y gracioso, en realidad no bromea.

Velasco se compró el último burro la semana pasada, pero «son eficaces en fincas pequeñas, no en las grandes». De estas últimas también tiene y ahí sigue sufriendo bajas: «En un mes me han desaparecido dos terneros de la dehesa de Brieva y en Basardilla otro hace unos meses, pero sólo he podido justificar este último porque del resto no encontré rastro», apunta. En este sentido, advierte que a menudo «las vacas echan a correr más de un kilómetro cuando sufren un ataque, dejan solo al ternero y después ya no hay manera de encontrarlo». 

A los lobos, en cambio, Velasco les ve «muchas veces». «Sólo en los días de nieve de enero he visto una docena y cómo de hartas y resignadas estarán las vacas de verlos que, estando yo con ellas en Brieva, vimos dos y casi ni se estremecieron. Tienen tan asumida su presencia que corrieron un pelín y ya», señala. «El lobo de ahora ha perdido la vergüenza», añade, en la línea de lo apuntado por el propietario de La Perla. «Ya no es el animal de hace veintitantos años, cuando había pocos y eran astutos. Les ponías cepos y no caían porque olían la mano del hombre. Han perdido el miedo», concluye.

CONFLICTO CRECIENTE. En la finca de Torrecaballeros Caserío de la Torre S. A. (Catosa) hace ya década y media que empezaron los ataques, pero en este tiempo no han hecho más que aumentar, según advierte su gerente, el ingeniero agrónomo Carlos de Santos: «En 2020 certificamos 18, pero también perdimos otros tantos terneros que no pudimos acreditar». 

«Para proteger el ganado lo intentamos con mastines, cercas… No nos ha terminado de funcionar nada debido a nuestro sistema de explotación y la extensión que tiene la finca, y ahora vamos a empezar a experimentar con collares dotados de GPS para conocer las reacciones de los animales», avanza De Santos.

«Sabemos que por aquí hay por lo menos una manada grande. Este año hemos llegado a ver hasta nueve lobos juntos y no era de noche, sino las 10 o 10.30 de la mañana. Sigue sin gustarles el contacto con el hombre, pero está claro que tienen que comer, cada vez se acercan más y causan más daños», amplificados por la imposibilidad de acreditar todas las reses que se pierden y por los otros gastos que no cubre la Administración. «La Junta paga por cada animal que se pierde y se puede justificar, pero no por los demás», lamenta. «Ni por los vallados que se rompen en los ataques, ni por el lucro cesante de las secuelas que quedan en las reses que asisten a los ataques aunque se hayan librado, la pérdida de fertilidad…». De Santos ya se ha habituado a reclamar tales indemnizaciones por la vía judicial y ya suma varias sentencias favorables del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León (TSJCyL); la última la ha ganado hace pocos meses y ahora prepara la relativa a los daños de 2020. «Primero se hace reclamación por la vía administrativa a la Junta y tras la no aceptación la presentamos después ante la Justicia, que como ya tiene jurisprudencia, si te ajustas a ciertos parámetros sale adelante».

El secretario provincial de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), Pedro Matarranz, lamenta en cualquier caso que «no hay indemnización que compense el sentimiento que provoca en el ganadero ver sufrir a sus animales de esta manera». «Y está claro que quienes han apoyado la iniciativa de prohibir por completo la caza no saben lo que se siente», añade. 

«En UPA estamos muy frustrados porque entendíamos que el control cinegético facilitaba una contención sostenible de la población de lobos, pero después de esta decisión, que nos digan cuántos ejemplares quieren las comunidades que han apoyado esto y no tienen ninguno en su territorio, que se los hacemos llegar rápidamente», ironiza Matarranz. «Ya veríamos entonces que decían a sus ganaderos cuando empezaran a sufrir las consecuencias».

Las organizaciones profesionales agrarias de Castilla y León ya han manifestado en reiteradas ocasiones su apoyo al Gobierno regional contra el aumento de la protección del lobo, independientemente de que consideren que las indemnizaciones se quedan cortas. Asaja cree que la propuesta del Ministerio para la Transición Ecológica responde a «una decisión ideológica»; y UCCL, apoyada en un ataque reciente en Salamanca, difundió un comunicado para pedir medidas contra los ataques de lobo y sus consecuencias el mismo día que se confirmó que el Ministerio había obtenido el respaldo de la Comisión Estatal de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad.

«Que quede claro que no estamos en contra de la conservación del lobo, queremos convivir con él, pero no con el sector acorralado por una falta de control que está haciendo imposible nuestra actividad», resume el secretario provincial de UPA. Porque en estas condiciones «a quien dejan en peligro de extinción es al ganadero», sentencia.