España está anestesiada

Carlos Dávila
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La sociedad está esperando a que sus arremolinados gobernantes se peguen un tortazo de muerte y se larguen a sus orígenes, de donde no debieron salir

España está anestesiada - Foto: JuanJo MartÁ­n

Disculpas por una confesión personal: este cronista está regresando a su juventud más primeriza en el Colegio Lasalle de Burgos. Porque, fíjense: mi capacidad de asombro y sorpresa no está agotada. El miércoles, escuchando con la clásica paciencia de Job al todavía vicepresidente, Pablo Iglesias, exclamé para mí mismo: ¡No es posible, esto no se oye ni en la peor de las dictaduras! Amenazaba así el aún miembro del Gobierno: «Está claro que algunos jueces del Supremo pertenecen a la extrema derecha; lo estamos investigando». ¿Con quién? ¿con el CNI? ¿Se refería este muchachote leninista a los magistrados que están dirimiendo ahora su responsabilidad en el repulsivo Caso Dina? Pues verde y con asas; a lo que parece, y lo parece con enorme claridad, a Iglesias, cuyo partido, Podemos, es uno de los dos firmantes de la Proposición que pretende acabar con la neutralidad de los jueces, le acechan las prisas, no quiere llegar a su juicio sin antes haber controlado al Supremo. Por eso amenaza a sus magistrados con un «¡ojo, que sabemos a qué colegio van vuestros hijos o vuestros nietos!» o más profesionalmente: «¡ojo que como nos toquéis los c…… nunca más volveréis a ascender!».

Creí estar en la ficticia Asamblea Nacional, la fiscalizada por Maduro, o en los parlamentos de Hungría o Polonia, en los que, también por mayoría absoluta se han aprobado leyes idénticas a las que ahora propende el dúo nocivo: Sánchez-Iglesias. Estos dos engendros centroeuropeos están sin embargo paralizados en Bruselas. Los jueces de las dos naciones se han personado en la Comisión Europea y en el Europarlamento, y han denunciado sin ambages, la trapisonda que los regímenes de Urban en Budapest y del insoportable presidente con mando en el Gobierno de Polonia, Andrzej Duda, han querido articular. Sus jueces han viajado a la capital comunitaria y allí les han hecho caso. Si hubieran sido los políticos de la oposición los fautores de iniciativa, se hubieran vuelto a sus países con las manos vacías. En consecuencia, los partidos de la contra en España deben tenérselas tiesas con este complicado asunto. A estas horas, desde luego, deben estar sobrecogidos tras escuchar al vicepresidente Iglesias predecir que la decisión del Supremo sobre su participación directa en el escándalo del caso Dina ya está dibujada de antemano. Cuando en el mañana del miércoles, este Iglesias embozado que se parece cada vez más a uno de los peores ayudantes de El Zorro, anunció que la derecha se iba a llevar un sofocón histórico cuando constate a corto plazo que él, Iglesias, va a salir libre de todo cargo, un letrado ahora parlamentario del PP comentaba a este cronista: «Solo una manifestación como esta debería servir para que el Tribunal abriera una pieza separada para dirimir las últimas responsabilidades del individuo».

No lo harán. En estos días corre por las arterias del Supremo un torrente de sangre envenenada por los múltiples ataques que está sufriendo. Se insulta a los magistrados, se les advierte que están al pairo de la ultraderecha, se les quiere nombrar a dedo por el poder del Frente Popular, e incluso, como en el caso del instructor del Dina, el muy peculiar García Castellón, se reciben toda clase de improperios y avisos de matarifes emboscados en las incógnitas redes sociales. Hay quien afirma que estas brutalidades pueden influir en las sentencias que el Supremo dicte en estos y otros casos. Personalmente no lo creo así. Esta misma semana se ha sabido que el Tribunal ha condenado al PP por aprovecharse de una mafia que recaudaba dineros sobre todo para su uso y disfrute, pero que le pagaba con migajas al partido, y toda la izquierda ha ignorado un hecho capital; a saber, que un juez de obediencia tópicamente progresista, el magistrado José Ricardo de Prada, comprometido (él lo ha dicho muchas veces) con un Gobierno de izquierdas volcó sobre el presidente Rajoy el protagonismo casi entero de la corrupción en el proceso de Gürtel. Ahora este magistrado duerme en su casa, pero ha servido a su señor; la morcilla judicial que introdujo en su auto de la Audiencia Nacional, bastó para que su correligionario Sánchez le endosara a Rajoy una moción de censura que le apeó de la Presidencia del Gobierno. Ahora sépase esto: Pedro Sánchez es presidente porque un juez ahora descalificado por sus colegas, se ensañó con Rajoy. Esa es la historia.

Una historia sin freno y marcha parodiando las chanzas del llorado Jardiel Poncela. Esta sociedad que vive de convulsión en convulsión, que se percata en su mayoría de que este Gobierno está pisoteando todos los usos democráticos convencionales, no reacciona, sin embargo. ¿Qué hará cuando se acaben los ERTE, el manjar eventual que ahora sostiene a millones de familias? ¿Qué hará cuando comprenda que los fondos europeos, los soñados 140 mil millones de euros, o van a llegar tarde, o van a llegar a medias o, si se pone chulo el Parlamento de Bruselas o remisa la Comisión correspondiente, a lo peor no llegan ni siquiera a esa cifra? 

Ahora, la sociedad está anestesiada por el baile de datos de infestados y muertos que cada día le proporcionan falazmente los organismos oficiales, sobre todo Sanidad, y está sentada a la vera de su tienda, como lo árabes, esperando a que sus arremolinados gobernantes se peguen un tortazo de muerte y se larguen a sus orígenes de donde nunca debieron salir. Pero nada más. Es una sociedad amartelada por el Sálvame y por el regreso del fútbol. Ya no se conmueve por nada, no cree ni el prospecto del Paracetamol, se confina o no según le sale de las entrañas, y se coloca ante las televisiones dominadas por la izquierda más radical sin ninguna esperanza de saber si en realidad es cierto lo que le están contando.

 

 «Estado fallido»

Por ahí fuera ya nos ponen a caldo: el Financial Times nos denomina «Estado fallido» y el Neuer Zürcher Zeitung pregona directamente que «no somos de fiar». Ahora mismo nos mantiene la deuda comprada por el Banco Central Europeo, una deuda que su mayoría está aflojada en los bolsillos de la canciller alemana Merkel. En España en solo seis meses hemos perdido 100 mil empresas, muchas más de las que se han cerrado en todo Estados Unidos. Vivimos en situación de riesgo absoluto con una depreciación del PIB de ya casi el 13 por ciento. Pero sobrevivimos confinados en una postura que agranda las posibilidades del Gobierno de hacer con nosotros lo que le dé la gana. Hay quien se toma todo esto a pitorreo, como un contertulio de una televisión autonómica que decía carcajeándose: «Ya solo nos falta que alguien nos envenene con plutonio». Hace meses nos quedaba el Rey. Ahora no sé si, aplastado como está por la prepotencia de Sánchez, podremos seguir contando con Él. Iglesias y sus mariachis le quieren echar cuanto antes, pero la España anestesiada aún no cae en la cuenta de que esto es algo más que una amenaza: es un propósito.