Arquitectura humana y urbana

Aurelio Martín
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A través de la experimentación, Joaquín Aracil y Francisco Inza, cada uno en su estilo, encuentran en Segovia una nueva forma de hacer edificios y ciudad.

Arquitectura humana y urbana - Foto: Rosa Blanco

El arquitecto Joaquín Aracil Dellod (Alcoy, 1930 – Madrid, 2009) marcó en Segovia un estilo constructivo de viviendas para clases sociales humildes diseñando varios proyectos para la Cooperativa de Viviendas Pío XII, encabezada, entre otros, por el padre Félix, un cura obrero al que conoció en 1957.  Con los primeros balbuceos del ‘primer desarrollo’, en el comienzo de los años sesenta del siglo XX,  ejecutó un urbanismo pionero,  una utopía convertida en realidad,  como el de las tres dimensiones de las casas del Taray.  Frente a la escala humana a través de su trabajo en viviendas, en la historia de la arquitectura segoviana se encuentra la urbana de su coetáneo Francisco Inza (Madrid, 1929–Mahón, 1976), un expresionista que dejó en la fábrica de embutidos ‘El Acueducto’ uno de sus edificios emblemáticos en la entrada de Segovia.

Carlota González Pérez y Darío Núñez González, dos arquitectos de última generación con estudio en Segovia, han analizado la obra de sus históricos colegas quienes, cada uno en su estilo, encuentran en Segovia una nueva forma de hacer urbanismo y ciudad.  

En Aracil, quienes han puesto en marcha el estudio ‘SF23 Arquitectos’,  han investigado en torno a la sencillez constructiva y compositiva y la expresividad del conjunto, entre otras características, de las 120 viviendas subvencionadas de Caño grande (1961),  uno de cuyos bloques se proyectó con nueve plantas, para dar servicio a más cooperativistas, pero no se autorizó, mientras los cooperativistas se ahorraron hasta un 40% en relación al precio habitual de la vivienda de esa época;  la arquitectura-ciudad de ‘calles aéreas’ del espacio que ocupan las 112 viviendas del Taray (1963), o de las 312 viviendas de la colonia ‘Pascual Marín’ (1966),  donde una de las tipologías introducidas se asemeja a la ‘unidad de habitación’ de Le Corbusier. 

Arquitectura humana y urbana Arquitectura humana y urbana - Foto: Diego de MiguelLa cooperativa Pío XII se crea en un momento de demanda importante de viviendas, consiguiendo un abaratamiento del gasto y de la cual el Taray es uno de sus resultados, no el único. 

Para Carlota González y Darío Núñez,  desde el punto de vista teórico, este arquitecto encuentra su inspiración en la vida cotidiana de las familias que acceden a esas viviendas, en su mayoría procedentes de la migración campo-ciudad en busca de porvenir. «Aracil sustrae de la vida en el pueblo, el parámetro positivo que no halla en la ciudad, que es la relación vecinal, más próxima y humana que la que se produce en las ciudades, por donde apenas pasan coches, la relación emocional entre vecinos, y eso lo utiliza como idea fundamental para el proyecto del Taray», subrayan los expertos, donde la calle se introduce en el conjunto, las pasarelas, soladas como si se tratara de aceras, conectan directamente con la vía pública, y desde ellas se accede directamente a cada vivienda. 

En 1972, Aracil escribió en la Revista de Arquitectura que no eran necesarios los porteros automáticos, porque se podía llegar directamente a la vivienda atravesando esas calles. En su análisis, González y Núñez conciben el desnivel del solar del Taray como el que provoca «que el resultado sea más potente, ya que permite al arquitecto abrir esas pasarelas a la vía pública en diferentes niveles; hay un par de accesos desde arriba, uno más al sur desde Donantes y otro más al norte desde Radio Segovia». 

La calle Donantes atraviesa el conjunto en dos niveles, desde la pasarela y por debajo de esta en paralelo, y se abre otro acceso enfrentado a la Aneja por la calle Taray, que sería en el punto más bajo. Hay otro acceso, a un nivel intermedio, desde la cuesta de San Bartolomé. Esto es a lo que el arquitecto llamaba urbanismo en tres dimensiones, que no es otra cosa que el conjunto de pasarelas que venían siendo los pasillos de distribución entendidos como calles en las que se producen relaciones vecinales.  Esta idea sería rebasada teórica y prácticamente por Ricardo Bofil, reconoció Aracil. 

IMPACTO.  El emplazamiento, la envergadura y la tipología edificatoria –viviendas sociales baratas– alimentaron la polémica en forma de reprobación por parte de la comisión de Monumentos de la Administraciòn franquista que denunció desde la etapa de proyecto el impacto visual que podía originar este edificio en la cara norte de la ciudad.  Esto hizo que se tuvieran que introducir una serie de atenuantes en la obra, como los bloques de hormigón coloreados con distintas tonalidades ocres, o las cubiertas con la teja colocada a la segoviana. En cualquier caso, según los arquitectos, el gran ejercicio de integración en el paisaje vendría dado por la propia morfología-configuración del conjunto, al tratarse de bloques con alzados discontinuos, con fachadas que se rompen, factores que diluyen el bloque en el paisaje mimetizándolo.

Frente a quien se encargaba entonces de la protección del patrimonio, estaban sectores con ideas más progresistas,  difícil de sacarlas a la luz en plena dictadura, porque se trataba de viviendas para clases sociales más bajas y trabajadoras.  

Carlota González y Darío Núñez opinan que,  «por un lado, no existen intereses en esta obra, que se trataba de meras viviendas sociales, nadie se iba a lucrar con ello, y estaba muy lejos de ser un pelotazo inmobiliario para nadie, por lo que se convierte en carne de cañón, ya que cualquier práctica que se saliera de lo convencional podría ser tratada como polémica sin interferir en esos intereses; en este caso, la propia envergadura del bloque, por dimensiones y por características formales, desarrollado en la ladera norte de la ciudad, formando parte de la fachada natural de ésta, conviviendo con elementos de fuerte valor patrimonial, se convierte en la excusa perfecta para establecer los límites de lo que se podía construir y lo que no; finalmente la integración se resuelve de forma magistral, tratándose de una obra representativa del concepto de paisaje, tanto por su integración en el mismo que produce como por el paisaje que disfruta».

Añaden que «la originalidad que se alcanza con el Taray en Segovia aun hoy no ha sido superada, no solo en esta ciudad». En este sentido observan como relevantes también las novedades técnicas, el empleo de nuevos materiales de construcción, como el acero y el hormigón en piezas prefabricadas, lo que resultaba una gran modernidad, técnicas sin las cuales no habría sido posible este edificio.  Pero, sin duda, a juicio de González y Núñez, «la gran novedad, y no solo a nivel local, es el tratamiento urbano que el arquitecto da al conjunto, para conseguir esa utopía, como es que se produzca vida comunitaria de forma natural». 

De Aracil, que demostró su valía trabajando con bajos presupuestos y consiguiendo resultados plausibles,  de la misma época también aparece en Segovia Francisco (Curro) Inza, que destaca por su implicación y gran reflexión en sus proyectos, el diseño total del edificio desde la imagen urbana hasta el más mínimo detalle –mobiliario, barandillas o fuentes–.  «Se sabe que estaba tan volcado con la obra que hasta dormía allí», aseguran los arquitectos que lo han estudiado. 

En su opinión, también destaca la superación del racionalismo, con nuevas formas basadas en la naturaleza. La década organicista ((1958-68).  Inza fue el redactor jefe de la revista Arquitectura del Colegio de  Madrid, durante más de 10 años, lo que le hacía estar al corriente de todo el movimiento arquitectónico internacional.  Perteneció al llamado ‘Organicismo madrileño’ o ‘Escuela de Madrid’. Se trata de una tercera generación de arquitectos modernos que se caracteriza por la escasez de encargos respecto a arquitectos de anteriores generaciones y destacan en brillantes concursos y obras menores; y la choricera, a la entrada de Segovia por la carretera de SanRafael, puede considerarse su primera gran obra y una de las más importantes.

Es un edificio con un programa complejo, se proyecta como un elemento vivo que sea sensible a los cambios y que los soporte, cosa que sucedió, gran parte del espacio utilizado para almacenamiento pasó a utilizarse para fabricación. Un edificio industrial está en constante cambio, las tecnologías van mejorando, lo procesos de venta van cambiando. 

El secreto de esta arquitectura es dotarla de una capacidad de crecimiento, cosa que hizo Inza, quien también proyectó la antigua Residencia Machado en La Piedad.