Conexión entre genios

Javier Villahizán (SPC)
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Rodin y Giacometti dialogan, a pesar de no haberse conocido nunca y de pertenecer a generaciones diferentes, sobre el alma humana a través de sus piezas quebradizas y eternas

Figura en bronce del creador helvético titulada ‘Busto de Annette, llamado Venecia’, de 1962. - Foto: JPL

Nunca se conocieron, sin embargo les une una misma pasión y un concepto similar a la hora de crear. Aunque les separa una generación, las trayectorias de Auguste Rodin (París, 1840-Meudon, 1917) y Alberto Giacometti (Borgonovo, 1901-Coira, 1966) siguen un camino paralelo plagado de semejanzas, tanto en el plano escultórico, con trabajos similares, como en la búsqueda de un nuevo lenguaje que intente transmitir renovadas emociones y la imagen de un hombre transformado -más frágil y quebradizo-.

La Fundación Mapfre de Madrid ha logrado fusionar a estos dos genios de la escultura en una gran muestra que podrá verse hasta el próximo 10 de mayo.

Ambos autores comparten muchas cualidades técnicas y fomales, como el interés por el material, la modelación, la importancia del pedestal o incluso la deformación de la pieza, pero, sobre todo, se muestran interesados por el ser humano, por eso expresan en sus obras conceptos universales e insondables como la angustia, el dolor, la quietud, el miedo o la ira.

En 1878, el artista francés realizó ‘Torso del estudio para San Juan Bautista, llamado Torso del hombre que camina’.En 1878, el artista francés realizó ‘Torso del estudio para San Juan Bautista, llamado Torso del hombre que camina’.Rodin fue el maestro indiscutible del siglo XIX, el artista que inventó un nuevo lenguaje, que creó otra expresión y que transformó la escultura en arte moderno. El francés, a pesar de que empezó naturalista, se reinventa a si mismo tras La puerta del infierno, y se dedica a exagerar la forma de las cosas y de las personas.

Medio siglo después, Giacometti sigue la estela de Rodin y da una nueva vuelta de tuerca al concepto de la escultura sobre la existencia humana, pero en esta ocasión sobre bronce. El artista helvético crea entonces sus características figuras alargadas y frágiles, inmóviles, eternas. Despoja a sus creaciones de todo lo inncesario y se queda con la esencia del hombre.

Llegados a ese punto, el suizo ve la necesidad de intentar separarse de Rodin para avanzar en su propio arte, al igual que le sucedió respecto a su padre, también artista.

La deformación y el movimiento llega a su máxima expresión en ‘La nariz’ (1947-1950), de Giacometti.La deformación y el movimiento llega a su máxima expresión en ‘La nariz’ (1947-1950), de Giacometti. - Foto: MILa exposición de la Fundación Mapfre está planteada de tal forma que sea un constante diálogo entre dos artistas en el mismo espacio. Se trata de una exquisita puesta en escena en donde ambos creadores -desconocidos, extraños y de distintas generaciones- se cruzan en el tiempo presente para demostrar sus cualidades conjuntas.

Así, en una de las salas se contrapone la fragilidad y descomposición de El hombre que camina de Giacometti con una pieza de gran expresividad del artista galo, pero cargada de fuerza afectiva.

El objetivo final de sus creaciones es hallar respuestas, a través de sus diferentes épocas, a una manera común de acercarse a la figura humana. Ambos quieren reflejar un mundo nuevo y personal pegado a su tiempo: Rodin aborda el tiempo anterior a la llamada Gran Guerra, mientras Giacometti se centra en el momento de entreguerras y el inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, marcado por el desencanto y el existencialismo.

El modelado es uno de los protagonistas de la escultura de Rodin, como sucede en este ‘Eustrache de Saint Pierre’ de Rodin.El modelado es uno de los protagonistas de la escultura de Rodin, como sucede en este ‘Eustrache de Saint Pierre’ de Rodin.Deformación humana

La búsqueda de la expresividad de las esculturas que emprende Rodin se caracteriza por el énfasis que introduce en los rostros de las figuras, que tienden, en ocasiones, a la caricatura. Los semblantes  se deforman en busca de un impacto expresivo, como sucede en Cabeza de la Musa trágica o en las distintas versiones que realiza de El grito.

El caso de Giacometti es algo distinto, pues la deformación no nace de la búsqueda de expresividad. Es tras la guerra cuando las esculturas del artista suizo tendieron a ser cada vez más alargadas y estilizadas, a veces, incluso de un pequeño tamaño. En 1960, el creador helvético escribía: «Ya no se quién soy, dónde estoy, ya no me veo, pienso que mi rostro debe ser percibido como una vaga masa blancuzca, débil. Los personajes no son más que movimiento continuo hacia el interior o hacia el exterior. Se rehacen sin parar. Son una masa en movimiento, forma cambiante y nunca completamente comprensible». Y es quiza esa locura artistica la que genera esculturas como La nariz o Gran cabeza delgada.

Las series es otra de las contantes de ambos artistas. El proceso de repetición de un mismo motivo es una práctica habitual de su obra. Por un lado, se trata de penetrar más en el modelo representado y en su psicología; y por otro, la repetición les permite ir transformando la pieza, que da la sensación de que se resiste a ser concluida.

El creador helvético, con una de sus características figuras.El creador helvético, con una de sus características figuras.Lo mismo sucede con el movimiento. Esta marca  propia Rodin y Giacometti acaba convirtiéndose en una especie de obsesión artística por representar el alma humana. Las versiones de El hombre que camina realizadas por ambos artistas se cuentan, sin duda, entre las piezas más conocidas de la escultura universal y es evidente que el suizo se inspira en el francés para trabajar sobre este motivo. Lo mismo sucede con otros ejemplos, como El hombre que se tambalea y las distintas versiones del tema que realiza a partir de finales de los años 40.

Mientras las piezas de Giacometti parecen más frágiles y desgastadas, el maestro galo presenta un pulido trabajo cargado de expresividad y sentimieto. En cualquier caso, un fiel reflejo de la nueva esencia existencialista del hombre moderno.