¡Por el poder de la tecno-espada!

Sara Borondo
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Una combinación imposible, pero que funciona, de sintetizadores y homenajes a los 80 en un mundo digital de fantasía

Narita Boy tiene una increíble cantidad de referencias solo en su primera media hora de juego. Los españoles Studio Koba no han escatimado ambición a la hora de elegir los ingredientes del juego: un mundo digital repleto de mitología habitual en la fantasía medieval con un aspecto retro (que gana mucho visto en movimiento), música de sintetizador, homenajes a la cultura pop de los 80 y repleto de neones, al principio hay incluso una referencia explícita para quienes tengan sensibilidad a las luces parpadeantes. Por dispares que parezcan todos estos elementos, el estudio ha logrado darles coherencia para crear un juego atractivo y divertido.

El protagonista es un humano que se ve trasladado a un mundo virtual lleno de simbología extraña que, pese a tener un aspecto futurista y en el que buena parte de los personajes son programas informáticos, tiene un guion místico en el que Él, uno de los supervisores de los códigos, ha logrado entrar en el mundo real y borrar la memoria al humano que los ha programado, el Creador que diseñó la consola Narita One en la que se ve atrapado el protagonista. 

Las referencias a los años 80 y a videojuegos son constantes guiños que sorprenden agradablemente al jugador. El mundo de juego es excelente gracias al estilo personal pixel art en el que el color supone todo un lenguaje visual, una narrativa detallada (quizás con demasiados textos explicativos, como suele ser habitual en los mundos de fantasía) y una música que abraza todos los elementos.

No solo destacan el aspecto y el guion de Narita Boy, a fin de cuentas es un videojuego y la jugabilidad ocupa un lugar destacado. En este caso tampoco falla. Desde el mismo momento en que el protagonista arranca la tecno-espada del lugar donde está (como si se tratase de la Excalibur del rey Arturo) se convierte en un hijo del Tricroma con la misión de encontrar y recuperar los tótems que contienen el código que servirá para que el Creador recupere su memoria. 

Los toques de Metroidvania llevan a retroceder sobre los pasos en varias ocasiones, para abrir nuevas puertas o encontrar habilidades escondidas, y hay secciones de plataformas que pueden ser complejas porque el personaje muestra algo de imprecisión en los saltos -que tampoco deben ser pixel perfect-, aunque se puede rectificar y si el jugador falla unas cuantas veces acaba apareciendo después de esa fase de plataformeo.

La tecno-espada, una de las grandes protagonistas del juego, es el arma que en la mitología de Narita Boy puede romper el código Stallion al que hay que derrotar, funciona de cerca y a distancia según va consiguiendo nuevas habilidades a lo largo de la historia. En cada una de las grandes zonas de juego se van desbloqueando dispositivos o tecno llaves útiles en esa área que refrescan la jugabilidad.

Era muy fácil que Studio Koba hubiera fallado en una combinación tan ecléctica de elementos, que se les hubiera ido la mano en la dosificación ochentera, que el mundo que han creado hubiera sido incomprensible, que visualmente Narita Boy fuera un título retro más… pero cada uno de esos elementos se ha tratado con mimo y se han ensamblado componiendo un juego atractivo que muestra el alto nivel que tienen los videojuegos independientes españoles.