El párroco que empoderó a las mujeres

A.M.
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Juan Pablo Martín, de 87 años, sacerdote que sirvió 21 años en Zamarramala, recibe el reconocimiento de la Orden de Malta

Juan Pablo Martín, de 87 años, en la Casa Sacerdotal - Foto: Rosa Blanco

Juan Pablo Martín Nieva (Cantimpalos, Segovia, 1934), ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1958, sirvió 21 años en Zamarramala, donde relanzó la fiesta de Santa Águeda y empoderó a las mujeres, al convertirla en una celebración en la que actualmente se exalta la igualdad y se grita contra la violencia machista, lo que fue calando en otras localidades.  

Quien firmó por la independencia de lo que hoy es barrio incorporado de Segovia, antigua colación, cuando se puso en marcha un proyecto de reagrupación por quien fuera gobernador civil Adolfo Suárez, luego primer presidente del Gobierno en democracia, recuerda las  visitas de Encarnación Pérez Relaño, con quien entabló amistad, esposa de Enrique Tierno Galván, entonces alcalde de Madrid, que viajaba con las mujeres de los embajadores acreditados en España el segundo día de la fiesta y luego le invitaban a comer. Era el único hombre en la celebración. 

Ayudado por Jaime Alpens, que fue a quien se le ocurrió la entrega del 'Matahombres', un alfiler que, según el sacerdote, empleaban las mujeres para pinchar a los alumnos de la Academia de Artillería e impedir que se les acercaran en los bailes, se le ocurrió el nombramiento de aguederas y un programa que permanece vigente en la actualidad.     

Martín Nieva ha oficiado 31.760 misas, aunque no tiene el récord  en la provincia, hay compañeros que le han doblado, desde que, entre 1959 y 1965, atendiera pastoralmente las comunidades de La Velilla, Arahuetes, Valleruela de Pedraza, Orejana, La Matilla, Pedraza, La Rades y Pajares de Pedraza, tras pasar por Riaza y Riofrío de Riaza.  Luego fue nombrado párroco de Zamarramala, lo que compaginó ayudando en el barrio de San José, para concluir como capellán del Cementerio del Santo Ángel de la Guarda y de las religiosas clarisas de San Antonio el Real. 

Con los achaques de su edad, ayudado de un bastón, confiesa que  ha estado «al servicio de Dios, he ido donde me mandaban, cumplía con mi obligación, he sido feliz,  hasta hace dos años, en que lo dejé, pero el tiempo se nos echa encima y no sirve darlo vueltas». Saluda los momentos de cambio que vive la Iglesia auspiciados por el Papa Francisco y su idea de la sinodalidad que reconoce la pluralidad, las polaridades, pero renunciando a la uniformidad y a la homogeneidad de todo.  Confía en que también participen seglares en la organización y no solo los sacerdotes y los obispos. 

Su vinculación con la iglesia de la Vera Cruz,  de 1208, atribuida a los templarios,  durante más de cuatro siglos iglesia parroquial de Zamarramala,  le unió también a la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, que le acaba de entregar la Gran Cruz al Mérito Melitense Pro Piis Meritits. El presidente de la Asamblea Española, Ramón Álvarez de Toledo y Álvarez de Builla, conde de Santa Olalla, le comunicó la concesión «en atención a los méritos y circunstancias que concurren en su persona y, en particular, a la labor que con generosidad, esfuerzo y dedicación ejemplares, viene prestado a favor de la Orden de Malta desde hace largos años».  

Inicialmente, quien se emocionó durante el acto de entrega del reconocimiento, ante 28 caballeros, junto a varias damas, concluyendo sus palabras señalando que «por más que miro no veo los méritos, es una generosidad por vuestra parte, que dios bendiga a todos», reconoce que la actividad de la orden religiosa católica fundada en Jerusalén en el siglo XI por unos comerciantes amalfitanos, le parecía anticuada, del siglo XIX.  

Sin embargo fue el historiador Luis Felipe de Peñalosa quien le animó a colaborar con quienes llevan como lema el «testimonio y defensa de la fe (tuitio fidei) y asistencia a los enfermos y los necesitados (obsequium pauperum), y comprobó que se cumplía cuando vio al delegado de Castilla, Alonso Coello de Portugal, militar,  que pasaba quince días de su permiso de verano como maletero en el Sanatorio Fontilles, con los leprosos, como otros muchos caballeros. «Entonces supe que no era mentira lo que decían», aclara. 

Para Martín Nieva, la iglesia de la Vera Cruz, dodecagonal, tiene «una fuerza especial», mientras recuerda cuando subía al edículo, un pequeño templete de dos plantas situado en el centro del templo, para observar en el ábside central una imagen de Jesús crucificado, del siglo XIII, lo que le proporcionaba «mucha paz». Hasta su traslado a Zamarramala, para evitar el robo, en la capilla del LignumCrucis, bajo la torre, se veneraba una reliquia de la cruz. Especial recuerdo tiene también este sacerdote y hombre bueno a la procesión del Santo Entierro, la más íntima de la Semana Santa, donde el pueblo se encuentra con los Caballeros de la Orden de Malta.