La izquierda en este país, tradicionalmente, ha tendido de forma sempiterna, primero, a atomizarse más de lo debido dejando de lado una máxima, y es que la unión hace la fuerza, cosa que le ha lastrado durante décadas a nivel electoral, tanto en el prisma nacional como en el regional y el local. Y segundo, a entrar con excesiva facilidad en una espiral autodestructiva en la que en el peor de las casos, no ha dejado títere con cabeza. Un comportamiento incomprensiblemente cainita que –tampoco– le ha ayudado en absolutamente nada. El último gran ejemplo de la política patria ha sido la ya certificada salida del Gobierno de Podemos, la última formación que en España puso una pica en Flandes a la izquierda de la izquierda. Sus dos principales baluartes, Ione Belarra e Irene Montero, han 'muerto' matando. La frase «Pedro Sánchez nos echa de este Gobierno» todavía resuena en la cabeza del ya máximo responsable del Ejecutivo. No es, ni mucho menos, la salida más elegante posible, como bien evidenció la también saliente –en este caso del Ministerio de Justicia– Pilar Llop, con su lapidaria sentencia: «En los sitios hay que saber estar, pero sobre todo hay que saber irse».
Yolanda Díaz, sin dejar de lado en ningún momento su manida pose de candidez, empatía y amabilidad, consumaba así la gran vendetta que desde hace meses venía pergeñando contra la formación morada. Sumar ha fagocitado a Podemos, el partido –y el líder, Pablo Iglesias– que un día la aupó y la 'sacó' de aquella Galicia en la que solo atesoraba derrotas hasta convertirla, después de una rocambolesca cuadratura del círculo, en vicepresidenta del Gobierno. Nada menos.
Pero el sainete en el que ha devenido la izquierda de la izquierda no es lo realmente importante. Lo mollar estriba en que en este momento esa fracción del arco parlamentario, a través de un variopinto conglomerado de formaciones, tiene mando y poder. Cinco ministerios ostentan, no en vano. Y eso repercute al conjunto de españoles, a todos los que les votaron o votaron a sus socios en el Gobierno, pero también a los once millones que no lo hicieron. Y eso es lo más preocupante. No saber con exactitud en qué puede terminar la contienda abierta entre Podemos y Sumar, de la que forma parte como una de las fuerzas que la constituyen, genera incertidumbre en un gigantesco Gobierno (22 ministerios) con los pies de barro. Está claro que el papel en el Congreso de la formación que otrora erigió Iglesias pasa a ser intrascendental y en poco o nada puede determinar la acción del Ejecutivo. Pero aún así, promete ser una china en el zapato. Una china que, por cierto, no será la única, ya que Sánchez se ocupó y preocupó de añadir a su zapato otras como las de los supremacistas catalanes y vascos.