"No se habla de otra cosa que de". Así comenzaba el gran Luis María Anson muchos de sus comentarios. Si se asoma usted en estas horas a la calle en Madrid, verá que no se habla ni de Puigdemont acercándose cada vez más a la frontera española, ni de la esposa de Pedro Sánchez, ni de Koldo, ni del novio de Isabel Díaz Ayuso. No; en las calles de Madrid este sábado no se hablaba de otra cosa que de la 'boda del año', la que unía al alcalde José Luis Martínez Almeida con la aristócrata Teresa Urquijo. Una boda 'muy del PP', me comentó uno de los quinientos invitados, a la que asistieron el emérito Juan Carlos I, la reina Sofía y sus dos hijas, emparentadas con la novia. Eso daba para una crónica muy de 'papel couché', de esas que hacen las delicias de las revistas del corazón. No, en Madrid nada ocurría este fin de semana más importante que la 'boda del año', tradicional y 'comme il faut'. En cambio, en Bilbao...
En Bilbao, si se asomaba usted ayer a sus calles, comprobaría que no se hablaba de la campaña electoral en marcha y que, me da la impresión, tiene ya un poco harto al personal, que da por sentado el resultado final: un acuerdo de gobierno entre el Partido Socialista y el PNV, aunque sea Bildu quien obtenga más votos y quizá algún escaño más que sus competidores nacionalistas, según señalan las encuestas. Pero este sábado en Bilbao no se hablaba de otra cosa que del partido del final de la Copa del Rey, Athletic frente al Mallorca, en el sevillano estadio de La Cartuja. Hasta los partidos políticos desistieron de organizar grandes mítines en Bilbao, desde donde miles de aficionados habían viajado a Sevilla para aplaudir a su equipo. Esta final es más que un espectáculo deportivo, porque ya se ha convertido casi en una costumbre entre una parte de los asistentes pitar al Rey, que allí acude, y al himno, mientras otra parte aplaude. Las dos Españas. O más de dos, quizá.
No crea usted que frivolizo con los dos temas que he elegido para este comentario, con la cantidad de cosas importantes y trascendentales que ocurren en el país. Pero es que hay una España a la que siguen apasionando las fastuosas bodas 'tradicionales', aunque solo sean la de un alcalde popular y Popular, y una aristócrata emparentada con los Borbón. Y hay también una España, con millones de españoles integrados en ella, que, pese a las trapisondas -vamos a llamarlo así- de Rubiales y compañía, sigue amando el futbol como un deporte rey que merece ser practicado, seguido con furor y observado. Y ese, el país de siempre pese a todos los cambios, el del transistor oyendo los partidos el domingo por la tarde, también merece una crónica de cuando en cuando, entre otras cosas porque tanto el famoseo como el futbol siguen apasionando a millones de lectores, de radioyentes y de telespectadores. Y hacen muy bien apasionándose por estas cosas que nos 'descrispan' de tantos otros disgustos cotidianos. Feliz domingo.