Poesía en el lienzo

A.M.
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Después de nueve años sin exponer, Mon Montoya muestra su obra de madurez compartiendo espacio con el escultor Evaristo Bellotti

Mon Montoya posa delante de su obra - Foto: Rosa Blanco

Mon Montoya (Mérida, 1947), en Segovia desde 1975, donde forma arte del grupo de artistas plásticos contemporáneos de la transición, presenta en las salas del Palacio de Quintanar la que considera como su obra de madurez: 'Diario de un sumergido', a la vez «coherente en el lenguaje» de siempre, como subraya el comisario Julián Díaz Sánchez,  profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Este artista manchego-segoviano, que llevaba sin exponer nueve años, mantiene su inspiración en la poesía, porque, no en vano, entiende que el proceso de estructuración de un poema tiene mucho que ver con el del trabajo de un cuadro, eso es lo que le une con los textos literarios, como los de Luis Javier Moreno, ganador del Premio 'Gil de Biedma',  fallecido en 2015, a quien dedica una parte de esta muestra realizada en libertad, sin coacciones, con obra de menor tamaño, pero no falta el gran formato:«Es mi seña de identidad, mi pintura es un poco expansiva, intenta abarcar, también un horror al vacío, es una pintura barroca...», aclara el artista que durante los más de cincuenta años de su carrera ha apostado por una visión muy personal del arte y la pintura.  

De alguna manera los comienzos de Mon Montoya están vinculados a  dar continuidad, tras el franquismo, a la llamada 'Escuela de Vallecas' la 'troupe surrealista' de artistas como Benjamín Palencia, Alberto Sánchez o Ángel Ferrán, algunos exiliados, otros desaparecidos, cuyo descubrimiento llega cuando estudia en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, tratando de enlazar ese espíritu de vanguardia con la democracia que estaba naciendo. 

Identificado desde muy joven con el 'arte ibérico', como contrapunto a la formación excesivamente academicista, los aires manchegos de Montoya dialogan con la tradición marinera de su compañero y coetáneo Rafael Rodríguez Baixeras  (A Coruña, 1947-Segovia, 1989. Juntos participan en la XIV Bienal de Sao Paulo de 1977, con 'Historia de un paisaje convencional', y en en la XI Bienal de París de 1980 con el montaje 'Un paisaje imaginario', entre otros. Este artista reconoce que desde aquellas bienales han cambiado pocas cosas, ambos expresaban su forma de ver la y la existencia, incluso se inventaron el término 'la visión sincrética', que mucho tenía que ver con la esencialidad y la poesía de las cosas. 

Así, cuando quiere pintar se imbuye en los textos de algunos poetas que le interesan, como Rilke, Paul Celan, Antonio Gamoneda o Luis Javier Moreno, crea un lenguaje propio, que comenzó inspirado en los dibujos de García Lorca, para para romper con el proceso de construcción de su obra.  

Ahora, cuando comparte un palacio renacentista convertido en contenedor de arte con otro de los grandes, como el escultor Evaristo Bellotti, Mon Montoya saca a la luz el resultado de la inmersión: «Ha sido como volver al útero materno, un estado de felicidad que tampoco ha sido tanto, en esos años se producen hechos graves en mi vida, aparte de pérdidas dolorosas como la de mi hermano,  tengo un infarto de miocardio –hay un cuadro homenaje al helicóptero que le llevó para que le colocaran un stent en Valladolid, poetizado en su momento, como una catarsis de superación del dolor–, luego aparece un cáncer de vejiga, también controlado, pero que te hace preguntas, y luego un pequeño ictus,  enlazándose con la pandemia, han sido años intensos de trabajo pero también catársis de la infelicidad que se producía». 

El resultado de su obra, en la que podrán haber cambiado algunas la formas de edición, es poder comprobar que Montoya mantiene la autenticidad. Solo hay que comprobarlo.