La semana que ahora comienza, recta final hacia esa especie de segunda vuelta en que se han convertido las elecciones municipales y autonómicas del domingo, va a conocer la constitución del nuevo Parlamento. El inicio de la decimotercera Legislatura de nuestra democracia posfranquista. Un Parlamento lleno de rostros nuevos y vacío de caras y nombres conocidos, unas Cámaras en las que se estrenan presidentes y muchas carreras políticas. Un Parlamento al que llegarán, custodiados por policías de paisano, gentes que permanecen en una situación de prisión preventiva que ya se me hace difícil de justificar, la verdad.
Todo nuevo y, sin embargo, potencialmente tan viejo... El Parlamento es el arquitrabe de la democracia; pero, en esta crisis política que padecemos y que dura ya demasiado, hemos de reconocer que el Legislativo no ha estado demasiado operativo: tanto el Congreso como, más aún, el Senado, son cámaras sesteantes, vacacionales, lastradas por reglamentos que hace mucho que deberían haberse modernizado. La pereza consustancial a nuestra clase política, la falta de ideas y los egoísmos partidistas han frustrado una vida parlamentaria que, para enaltecer la democracia, ha de ser rica y fructífera. ¿Lo lograremos ahora?
Los comienzos no han sido demasiado buenos. Creo que muchos habríamos aplaudido un pacto entre Ciudadanos y el PSOE para gobernar en coalición, sin necesidad de Podemos ni de los indepes; ha sido imposible porque ni Pedro Sánchez, ni menos aún, Albert Rivera, han querido. Y ciertamente no seríamos pocos los que hubiésemos agradecido un acuerdo entre socialistas y populares para que, a cambio de la abstención de los segundos en la votación de investidura, los primeros facilitasen que una figura del PP, seguramente Ana Pastor, se mantuviese en la presidencia de la Cámara Baja. Claro que eso hubiese sido hacer política de Estado, y tal cosa no se estila por estos pagos y con estas gentes.
Veremos, en todo caso, y una vez que lamentablemente no pudo ser -de nuevo la falta de pactos y acuerdos- que Iceta llegase a la presidencia del Senado, cómo desenvuelven sus habilidades dialogantes dos personas que, como Meritxell Batet y Manuel Cruz, han mostrado flexibilidad y capacidad de entendimiento con ese mundo independentista que constituye el principal problema de España, de lejos. Diálogo, diálogo, diálogo es ahora, me parece, la receta.
Y ahora que hablamos del mundo independentista: según el abogado de Oriol Junqueras, Andreu Van den Eynde, todo apunta a que el Supremo, que permitió que los políticos presos tomasen posesión de su acta en la sesión constituyente de este martes, suspenderá inmediatamente sus funciones como parlamentarios. Otras fuentes indican todo lo contrario: que difícilmente pueden, cuando siguen siendo presuntamente inocentes -otra cosa es lo que muchos pensemos-, ser suspendidos en sus derechos políticos. Y yo añadiría que, una vez que se han posesionado de sus escaños, y estando muy atenuado el riesgo de que imiten a Puigdemont en su fuga en estas circunstancias, debería cesar de inmediato la prisión preventiva, que tantos estragos está causando a la hora de procurar la normalización de las relaciones entre Cataluña, la independentista y la otra, en general, y el resto de España.
Por eso, en esta semana crucial que comienza me parece que no solamente van a ser el Ejecutivo -que permanece en funciones, pero que inmediatamente va a comenzar a gestar su consolidación con una u otra fórmula- y el Legislativo los que se enfrenten a momentos decisivos, que van a condicionar nuestro futuro en los próximos cuatro años, al menos. También el Judicial, que ha acumulado, pienso, bastante prestigio durante este juicio del siglo, va a ser puesto a prueba. Vivimos momentos inéditos, que requieren también decisiones y medidas que antes nunca se habían adoptado.