Aunque seguramente haya quien los recuerde, los términos agostía y agostero son de esos que van poco a poco desapareciendo de nuestros pueblos, como tantos otros relativos a las costumbres y tradiciones de un mundo rural que en las últimas décadas ha cambiado mucho. El segundo de esos términos hace referencia a las personas que se contrataban para las labores de recolección del cereal en muchas zonas de España; y el primero a la labor en sí, además de al periodo durante el cual se desempeñaba.
Mucha gente de pueblo, con numerosos veranos a sus espaldas, recordará cómo, coincidiendo con la sazón de los campos de trigo y cebada, aparecían por la zona cuadrillas de mozos que, siguiendo la maduración de los cultivos de cereal, iban desplazándose de pueblo en pueblo por toda la geografía española, normalmente de sur a norte, para buscar trabajo en las labores de recolección.
El progreso y la aparición de maquinaria convirtieron a estos agosteros en algo innecesario, en poco más que un recuerdo en la memoria de los más mayores. Pero eso no quiere decir que esa labor de recolección se haga sola; simplemente, hoy en día el trabajo que hacían antiguamente esas cuadrillas lo realiza una persona con una cosechadora, seguramente, además, de manera más rápida y eficaz.
Los nuevos agosterosAlgunos agricultores cuentan con su propia máquina. No son muchos, pero suelen segar parcelas de otros labradores además de las suyas. Sin embargo, una enorme extensión de cereales por toda España es cosechada por profesionales que, solos o en pequeños grupos, recorren muchos kilómetros con sus máquinas para recoger el fruto del trabajo de todo un año. Son lo más parecido a los agosteros de antaño, pero en vez de tirar de riñón y sudor, cuentan con avances tecnológicos que hacen el trabajo mucho más llevadero, aunque, desde luego, no está exento de problemas y riesgos.
Sergio es uno de esos cosechadores que atraviesan medio país para ayudar a cientos de agricultores a recolectar ese grano que es la recompensa al trabajo de todo un año. Cultum ha coincidido con él hace unas semanas, al final de su periplo, mientras segaba las últimas parcelas de un cliente en la zona norte de Castilla y León en un año, por cierto, bastante tempranero, puesto que otras campañas puede verse metiendo el peine en los trigales bien entrado ya el mes de septiembre.
Siendo aún joven, cuenta ya con muchos años de experiencia a sus espaldas. Explica que comenzó segando las tierras familiares con su padre, cuando contaba solo 12 años, montado en una máquina que no tenía cabina y cuyo peine era de solo tres metros de anchura. Sonríe recordando cómo volvían a casa cubiertos de tamo, esa paja menudísima que se origina al cosechar o trillar y que se cuela por debajo de la ropa y hace que todo el cuerpo pique, y cómo su madre le preguntaba cómo le podía gustar eso. Pero afirma que ya desde entonces era algo que le llamaba.
Los nuevos agosterosAdmite que las cosas han cambiado mucho y hoy trabaja con una cosechadora que tiene siete metros y medio de frente, aire acondicionado y se maneja íntegramente con una mano en el volante y otra en un mando, sin necesidad de pedales. «Esta máquina en la que estamos cuesta 360.000 euros, pero para cuando termine de pagarla tendré que comprar otra», explica. Eso sin contar con los 15.000 euros anuales de mantenimiento que invierte, además del trabajo diario para conservarla en buen estado durante los cuatro meses que está funcionando sin descanso.
Muchos de estos profesionales comienzan su viaje en zonas meridionales de la Península Ibérica, como Andalucía o Murcia, y se van desplazando hacia el norte atravesando toda Castilla hasta terminar en áreas norteñas que suelen ser las más tardías, cerca de la Cordillera Cantábrica. Sin embargo, no es el caso de Sergio. Él es de Zaragoza y comienza la labor en tierras oscenses ya a finales de mayo. Cuenta que Huesca tiene lugares en los que se cosecha tarde, cerca del Pirineo, pero también otros, como la comarca de Los Monegros, que son de los más adelantados de España en lo que a recolección se refiere. Después se traslada hasta la provincia de Zaragoza, en donde tiene clientes en varias zonas. Para mediados de julio ya se ha adentrado en tierras sorianas y termina normalmente en el norte de Burgos pasado ya el ecuador de agosto o incluso a primeros de septiembre, dependiendo de cómo venga el año.
Él también siembra parcelas en su tierra, pero las deja para el final para poder atender a sus clientes en tiempo y forma. «Cultivo trigo y triticales, que aguantan bien aunque ya estén secos. La cebada hay que segarla cuando le llega su momento, porque si no se tumba y ya no hay manera». ¿Qué pasa si un pedrisco, algo cada vez más común, arrasa sus tierras mientras trabaja para otros? «Tengo seguro para el granizo».
Los nuevos agosterosCómo es fácil imaginarse, Sergio ve de todo en esos casi cuatro meses danzando por tierras cerealistas. Este año, obviamente, ha visto lo que ha ocurrido en casi toda España: «En muchas parcelas de Zaragoza, por ejemplo, no se han molestado en pagar una cosechadora». Y ¿cómo se cultiva al año siguiente una parcela sin cosechar? «Se pasa una picadora, se aplica herbicida total y ya está lista para arar, pasar la grada o lo que se necesite hacer para la siembra de otoño», cuenta. Pero también ha visto el caso contrario, concretamente en esas últimas siembras del norte de Castilla y León, donde las lluvias de junio llegaron a tiempo y en cantidad suficiente, hasta el punto de que la cosecha en determinados lugares puede calificarse de buena o muy buena; una rareza este año.
En cualquier caso, el panorama ha sido malo. Los rendimientos ha caído en picado en casi todas partes. Tanto ha sido así que, según dice, «en muchas zonas van a sacar más dinero por la paja que por el grano». Y es que el trigo, la cebada y otros cereales se han abaratado últimamente, pero sin embargo la paja, de un año hasta ahora, ha triplicado e incluso cuadriplicado su precio en muchas lonjas españolas.
Mantener la máquina.
Aunque con una máquina tan moderna podría parecer un trabajo cómodo, nada más lejos de la realidad. Las jornadas de trabajo son maratonianas. Se comienza a cosechar cuando el sol calienta y se disipa la posible humedad que haya quedado por la noche y no se para hasta entrada la noche. «Dependiendo de zonas, puedo terminar a las tres de la mañana», explica Sergio. Lógicamente, los agricultores quieren ver el grano en sus almacenes lo antes posible una vez que está listo para la cosecha, sin arriesgarse a posibles pedriscos o incendios; además, a Sergio le interesa tenerlos satisfechos y poder atender a cuantos más mejor.
Pero la labor no es solo cuestión de segar: «Para esto hay que ser más mecánico que agricultor», cuenta. Todos los días, antes de empezar, sopla la cosechadora con un compresor de aire para eliminar restos de paja y mantenerla limpia. Además, revisa todas las piezas para detectar posibles problemas y engrasarlas si es preciso. Esto, aparte de conservar el motor en buen estado, evita problemas, sobre todo en años tan secos y calurosos como este. «Un rodamiento mal engrasado es fácil que provoque alguna chispa que puede ocasionar un incendio».
De hecho, los posibles incendios son uno de los problemas a los que tiene que enfrentarse. Dependiendo de la comunidad autónoma, la normativa cambia, pero en todos los casos tiene que llevar en la máquina batefuegos, mochilas con agua y extintores para poder hacer frente desde el inicio a las primeras llamas. Además, explica, «el agricultor no puede subirse conmigo a la cabina -a pesar de que hay sitio- porque siempre tiene que haber alguien abajo para detectar el fuego lo antes posible. Este año la cosechadora inició un incendio y yo no me di cuenta hasta que me hizo señas mi cliente, porque se encendió debajo de la máquina y yo lo dejé atrás sin verlo». Afortunadamente, lo apagaron rápidamente sin que hubiera mayores consecuencias.
Además del mantenimiento diario y el anual, la máquina necesita combustible. Cuenta con un depósito de 800 litros, que llena todos los días. «Podría trabajar dos días enteros sin rellenar, pero prefiero no arriesgarme». Y por si esto fuera poco, están la eventuales averías que pueden producirse. Si no es complicada puede llegar a encargarse él mismo de la reparación, pero si hace falta un taller queda a expensas de encontrar uno dependiendo de la zona en la que se encuentre; y de que ese taller pueda conseguir las piezas necesarias lo antes posible para retomar el trabajo de inmediato.
Si todo sale bien, puede llegar a cosechar entre 30 y 35 hectáreas de cereal diarias utilizando el peine de siete metros y medio. «Hay que leer la parcela», explica, refiriéndose a saber por dónde empezar y el recorrido a seguir para optimizar los movimientos de la cosechadora. Para ahorrar tiempo también cuenta con otra ventaja: el peine es plegable y no necesita desmontarlo cada vez que tiene que desplazarse de una finca a otra, ya que está homologado para circular por carretera. «Cuando cambio de provincia o hago trayectos muy largos sí que lo desmonto y lo llevo en el remolque, pero en las idas y venidas diarias simplemente lo pliego».
No solo cereal.
Durante casi cuatro meses, entre finales mayo y finales de agosto o primeros de septiembre, Sergio hace muchos kilómetros, por carretera y fuera de ella, cosechando cereal. Pero fuera de esta temporada también siega vezas para semilla o girasol. Se trata de un trabajo que, aparte de darle de comer, le gusta desde que era un niño y comenzara junto a su padre en aquella cosechadora sin cabina.