Bastaría mirar un poco alrededor para caer en la cuenta de que siendo la muerte, como lo es, un fenómeno natural al que todos estamos abocados, hay cada vez más categorías de muertes que no tienen nada de naturales, con independencia de las causas que las producen. Obviamente, no me refiero a las muertes violentas, producto de una agresión. Ahí merece especial consideración el drama, ya terrorífico, de la violencia de género, que merece otro análisis particular. Me refiero ahora a otras muertes, de muy variada fisonomía. Es el caso de las muertes en accidente de tráfico, que en estos días de retornos masivos nos dejan siempre una estadística, mayor o menor, pero siempre lamentable. Y el de los inmigrantes que mueren huyendo en medio del mar. Y el de personas que mueren a causa del consumo de alimentos en malas condiciones. Y el de ancianos que fallecen en estricta soledad, y cuya ausencia sólo es percibida por el mal olor o por el paso del tiempo. Y el del pobre hombre corneado en un encierro taurino. Y tantos casos más. Este verano, no sé si más o menos que otros, estuvo plagado de ellos.
Pensarán que todos esos casos no tienen nada en común; y no les falta razón. Cada uno obedece a una circunstancia distinta. Pero por detrás hay algo que les une: todos son un tributo de algo, una especie de precio que hay que pagar, sea por mantener una tradición, sea por la apetencia del progreso y el desarrollo, sea por el deterioro de modelos de relación entre personas o entre países. Luego está la imprudencia personal, la codicia, la desigualdad, el abandono, la insolidaridad, la falta de compasión, y tantas y tantas lacras que quizá se han extendido de manera irresponsable o insensible al compás de la modernidad inconsciente.
Y el problema es precisamente ese que digo, que las hayamos interiorizado colectivamente con ese carácter de tributo o precio inevitable y fatal vinculado a algo, a una cultura, a un comportamiento, a un modelo de sociedad, que no estamos dispuestos a renunciar por más que tenga riesgos. Si es así, el problema es doble, porque también estaríamos a un paso de normalizar esos riesgos, para terminar tomándolos como tolerables. Lo que sería una tremenda conclusión.