"Las torres gemelas no cambiaron el orden social, esto sí"

David Aso
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Marifé Santiago, doctora en Filosofía, profesora en la Universidad Rey Juan Carlos y escritora, reflexiona desde su confinamiento en Segovia sobre los cambios que cree que puede sufrir la sociedad como consecuencia de la crisis sanitaria

Marifé Santiago, doctora en Filosofía, profesora en la Universidad Rey Juan Carlos y escritora.

«Preparando las últimas semanas de clase» coge a Marifé Santiago la llamada de El Día. Tras exponerle el motivo y la pregunta, de inmediato lanza una primera reflexión: «La fisura hacia un nuevo orden social no fueron las torres gemelas en su caída, esto sí lo cambia clarísimamente». Pero quiere pensar la respuesta con más calma, se deja llevar por su faceta literaria y sugiere enviarla por escrito:

«Las pandemias que nos cita la historia no ocurrían en contextos donde las distancias de un lado a otro de la Tierra pueden recorrerse a una velocidad que impide frenar un contagio. Una velocidad cuyo vértigo porta el engaño de la economía ‘globalizada’, esa que cava fosas infranqueables entre quienes obtienen beneficios a costa de nuevas y sutiles formas de esclavitud y control, y quienes incluso tendrán en su haber que se probaron nuevos medicamentos en sus cuerpos sin valor. La pandemia desenmascara estructuras ciegas e insolidarias que han convertido a los seres humanos en ‘recursos’ intercambiables, anulando rostros y biografías personales. Estructuras a las que se apela para inocular el virus del miedo, una vez más, advirtiendo que lo que vendrá después será más duro y más difícil para millones de personas que ya saben que se está hablando, una vez más también, de ellas».

«¿Somos conscientes de que esta pandemia no es una guerra y, por ello, no se vence con bombas ni con una virilidad violenta y épica, ni con arrogancia imperialista? La eficacia para vencer esta pandemia está hecha con sentido común, solidaridad en lo más cotidiano, con cuidados, con afectos». 

«¿Seguiremos sin reconocer que esos grandes valores han sido minusvalorados a lo largo y ancho de la historia de la humanidad, tachándolos de «femeninos» con desprecio? Hemos oído declaraciones que creíamos enterradas en los más siniestros discursos totalitarios. Y ha habido que sacar palabras que las frenaran: repugnante es una de ellas». 

«Este confinamiento exige revisar conceptos que, para muchos, son ingenuos. Solidaridad, por ejemplo. Mi corazón admira y aplaude a toda una generación de jóvenes a quienes la vida les roba meses irrepetibles y se quedan en casa por responsabilidad cívica, y solo salen, por turnos, para comprar comida y medicinas a sus vecinos y vecinas mayores que, muchas veces, están solos». 

«Mi corazón aplaude a quienes cumplen con su obligación profesional en condiciones temerarias. Y, cuando, cada día, como estamos haciendo todos los profesores y profesoras de este país, he de curar con estoicismo esa innegable brecha abierta contra las oportunidades porque no todos mis estudiantes tienen en sus hogares condiciones que les permitan seguir las clases on line, mi corazón aplaude y acompaña a esa genealogía de héroes y heroínas que entregaron sus vidas por un mundo donde la equidad se lograse instaurando el derecho a una sanidad y una educación universales. Y mi corazón late con una fuerza que acalla la mezquindad para que no dejemos en el camino a los trabajadores y trabajadoras de la cultura que siembran, con generosidad, nuestras horas para que el confinamiento no destruya nuestra humanidad. ¿Seguiremos soslayando su importancia?, ¿se seguirá confundiendo cultura con entretenimiento?».

«Este virus ha puesto delante de nuestra integridad como seres humanos toda la grandeza de la que somos capaces, y toda la mezquindad que conlleva el desprecio a esa grandeza».

«Esta pandemia se vencerá con sensatez, con profesionalidad, con creatividad solidaria. La sensatez es siempre amor, sin que dé vergüenza decirlo ni entregarlo. La profesionalidad es siempre esfuerzo e investigación, lo que significa tener muy en cuenta cómo se distribuye la riqueza común y dónde se pone el foco de atención que nos hará definirnos como sociedad. Y la creatividad es siempre una revolución ética que, como tal, abraza y cura de tanto abandono como nuestra forma de vida deshumanizada ha demostrado que acumula».