Cualquier palabra sobre el cinismo de Pedro Sánchez sería una palabra de más por ser un rasgo conocido por todos. Pero en relación con el devenir de la vida política española es fuente de notable preocupación. Porque se resuelve como un factor desestabilizador que lo mismo desemboca en un pacto con los nacionalistas periféricos, que abogan abiertamente por la deconstrucción del Estado, o desacredita el papel del Poder Judicial, al que despoja de su papel esencial en una sociedad democrática como garante del cumplimiento de las leyes.
A Sánchez le vale todo con tal de seguir en La Moncloa. A cualquier precio. Y así nos encontramos con qué mientras Felipe González advierte de que el Estado no se puede dejar chantajear por minorías políticas en vías de extinción -en alusión a la amnistía que exige el prófugo Carles Puigdemont para que los siete diputados de Junts apoyen la investidura de Pedro Sánchez- a él le hemos escuchado decir que "una crisis política nunca tuvo que derivar en una acción judicial, en una judicialización de todo el proceso".
Las palabras de Sánchez delatan la voluntad de invertir las bases de Estado de Derecho. Lo denuncia la europarlamentaria Mayte Pagaza en una carta dirigida al comisario europeo de Justicia, porque "si los delitos son perseguidos a voluntad de un Gobierno, el Estado de derecho democrático desaparece". Sánchez impugna el juicio llevado a término de manera ejemplar por el Tribunal Supremo que juzgó -con luz, televisión en directo y taquígrafos- a los sediciosos catalanes qué, como quedó palmariamente acreditado, promovieron el golpe del "procés".
Pero ahora resulta que llega un arribista -recordemos la definición de la RAE: persona ambiciosa que progresa sin escrúpulos- y, aprovechando su posición preeminente en la sociedad española como presidente del Gobierno en funciones, y tumba la actuación impecable de los magistrados y desacredita el resultado.
El mal ya está hecho. Lo peor de esta situación es que una parte de la sociedad española -no solo la que vota al PSOE- se está acostumbrando a esta forma cínica, oportunista, de hacer política en la que el fin justifica los medios. En el caso de Pedro Sánchez, retener el poder a cualquier precio. Sánchez no tiene principios, solo tiene intereses. Actuar sin escrúpulos en un juego en el que otros respetan las reglas elementales de la coherencia y el decoro político, sin duda le otorga mucha ventaja. Pero es lo que tenemos sobre el escenario, y, o mucho cambian las cosas, o le veremos otra legislatura en La Moncloa.