Redención en Venecia

María Albilla (SPC)
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Hallar la salida al laberinto de la vida en un ambiente lleno de luces y sombras y envueltos en varios casos de crímenes y falsificaciones de obras de arte, es el objetivo de Unai López de Ayala y su madre, Ítaca Expósito, en 'El ángel de la ciudad'

Redención en Venecia - Foto: Imagen de wirestock en Freepik

Qué fácil es comulgar con la belleza cuando se pasea por Venecia en primavera. La estudiada decadencia de la ciudad de los canales tiene varias caras, como la luna, basta decidir cuál de ellas quieres que registre tu pupila. La de la luz que se refleja en las fachadas de colores cálidos al paso de gondoleros ataviados con sus jerséis a rayas o la de la oscuridad que deja bajo la penumbra de las sombras decenas de callejones que parecen imbricados, formando un laberinto del que ni la tecnología gps sabe salir. La del esplendor de sus días de gloria, poder y dinero, o la de las tinieblas del pueblo supersticioso y temeroso del mal que ha hecho suya una ristra de fábulas que hoy van unidas a la historia misma de la ciudad…

En esa dualidad de las dos Venecias se mece en El ángel de la ciudad (Planeta) la escritora Eva García Sáenz de Urturi, igual que lo hace entre la ficción y las pinceladas de realidad escénica, para afrontar una nueva trama sobre el inspector y especialista en perfiles criminales Unai López de Ayala, Kraken. El protagonista de la Trilogía de la Ciudad Blanca afronta en este nuevo thriller un pasado lleno de dolor que irá desentrañando a caballo entre la bruma veneciana y la niebla de Vitoria y en paralelo a otra trama que gana peso, la de Ítaca Expósito, su madre, «un personaje que nació grande» en El libro negro de las horas, cuenta la escritora, y al que, a la vista del resultado de esta última novela, le quedan muchos capítulos por escribir. 

Narrada con dos voces y en dos tiempos (1992 y 2022), la autora tira en esta trama del hilo de la muerte de Gael, el padre de Kraken, en la rama vitoriana y del pasado como falsificadora de su madre en la veneciana. Es en esta donde más juega Sáenz de Urturi con el lector aprovechando esas mil leyendas que le presta la ciudad, inventando otras que bien podrían ser ciertas y dando rienda suelta a su verdadero amor al arte.  De ahí, que haya elegido como uno de los escenarios el Museo Peggy Guggenheim -que alberga una de las colecciones de arte moderno más importantes de Italia- adonde lleva el El Ángelus de Jean-François Millet, un lienzo que obsesionó y fascinó a partes iguales a Salvador Dalí y que el artista reinterpretó, estudió y escudriñó más allá de los márgenes de la razón. Y esas reinterpretaciones del catalán serán las que tenga que falsificar con su habitual destreza Ítaca para romper el círculo que ha sido su vida y poder salir de las Egerias a las que ha entregado su talento. Esos cuadros serán el precio de su libertad, pero un error en la copia de uno lo cambia todo y destapará la oscuridad, la muerte, el dolor y el sufrimiento en ese camino de redención.

Y si se ha hecho habitual recorrer Vitoria buscando las estampas de las anteriores novelas de Sáenz de Urturi, ahora se puede hacer lo propio por las calles de Venecia, ya que hay otros escenarios de cuyas leyendas se vale la escritora. Cuenta desde un mirador con vistas al puente de Rialto que «gran parte de la trama tiene que ver con las fábulas venecianas no tan conocidas para los foráneos, pero muy habituales entre los locales, como la de este puente, uno de los más transitados de la ciudad», ahonda. A saber: «Cuando se construyó en el siglo XVII, el diablo se apareció al arquitecto Antonio da Ponte y le dijo que le permitía levantar esta estructura a cambio del alma del primer ser vivo que lo atravesara. El hombre, buen cristiano, no quería que nadie muriese y pensó en comprar un gallo para soltarlo el día de la inauguración. El diablo se adelantó y fue a la casa de Da Ponte donde persuadió a su esposa embarazada para que acudiera a la llamada del marido. Se convirtió así en el primer ser vivo que lo cruzo. El arquitecto pactó entonces con el demonio y, a cambio de la vida de su mujer, dio la de su hijo que nació muerto. Cuentan los venecianos que desde entonces al atravesar el puente por debajo se escuchaba el llanto de un bebé y que un gondolero, cansado de los sollozos, le ofreció su vida al demonio a cambio de liberar el alma del niño y se suicidó. Esta novela es también esto, la contraposición entre el diablo y los ángeles protectores que habitan en Venecia», agrega Sáenz de Urturi.

Qué fácil es comulgar con la belleza cuando se pasea por Venecia en primavera. Tal vez fue la primavera de otro año cuando Sáenz de Urturi llegó al Campo de San Vidal y se topó con la que luego convirtió en la casa de Ítaca, un edificio de tres plantas con jardín y su propio puentecito de acceso, que hacía de ella un fortín. Al lado, el puente de la Academia custodiado por un león, un león en la rivera del canal que no es un detalle baladí para la autora, pues no es otro que el vigilante Leone Da Riva, hijo de la todopoderosa Pietra Da Riva, directora del Guggenheim, y personaje clave de este laberinto veneciano, que encarna a la ciudad misma, de la que mueve sus hilos desde el silencio.

En el recogido campo San Lio está el hostal que cobija a un Unai que renunciará a una parte de su familia, pero descubrirá a otra, un Kraken al que persiguen con el aliento en la nuca, pero que no cede nunca ante un caso, un personaje muy querido sobre el que la autora promete más... pero habrá que esperar.