Sanitarios de Segovia entre el horror y la esperanza turca

David Aso
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Una enfermera de Primaria, uno de Emergencias y una matrona del hospital de Segovia fueron parte del equipo de profesionales voluntarios que asistió a víctimas durante 33 días con un hospital de campaña cerca del epicentro

Sanitarios de Segovia entre el horror y la esperanza turca - Foto: Rosa Blanco

Noelia de la Esperanza, enfermera de Atención Primaria en Cantalejo, dejó algo de su apellido en la ciudad de Iskenderun en las semanas posteriores a los terremotos que sacudieron en febrero el sudeste de Turquía y el noroeste de Siria, con un dramático balance de casi 60.000 muertos y más de tres millones de desplazados. Eva González Martínez, matrona en el Complejo Asistencial de Segovia, 'prestó' hasta su nombre, elegido como muestra de agradecimiento por los padres de una de las niñas a las que ayudó a venir a este mundo cuando no era precisamente el mejor momento ni lugar. «Allí hemos visto vida y hemos visto muerte, y entre los dos extremos, todo el rango de afectaciones a la salud que uno se pueda imaginar», relata Rafael Caldevilla, enfermero de Emergencias de Segovia. «Partos, amputaciones, curas, muchas asistencias a enfermos crónicos que se quedaron sin medicación...», enumera Noelia. «Muchas madres querían cesáreas porque, al haberse quedado sin nada, se iban a marchar a vivir con familiares a Italia, a Alemania u otros países», añade Eva.

Los tres sanitarios de Segovia fueron parte del equipo Start (siglas en inglés de Equipo Técnico Español de Ayuda y Respuesta en Emergencias) que la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, desplegó en la zona con un hospital de campaña que permaneció 33 días; hasta que las autoridades turcas dieron por iniciada la reactivación de sus propios recursos. Por allí pasaron 195 voluntarios sanitarios, bomberos, logistas y expertos en acción humanitaria que, divididos en tres contingentes, se movilizaron en rotaciones de dos semanas.

Desde su apertura el 13 de febrero y hasta el 17 de marzo, el hospital de campaña español contribuyó a atender a una población que, de la noche a la mañana, pasó de tener un nivel asistencial propio de otros países europeos a verse sin cuidados médicos de ningún tipo por la destrucción casi total de sus infraestructuras locales. Llegó a 7.387 pacientes con servicios de urgencias, ginecología, traumatología, fisioterapia, cirugía, hospitalización, radiología, laboratorio, apoyo psicosocial... Y en paralelo prestó ayuda a un millar de refugiados en un campamento próximo, donde los 'chalecos rojos' (así se llama a los voluntarios de Aecid por su indumentaria) instalaron duchas, rampas y puntos de agua potable.

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Rafa Caldevilla entró en el primer turno, que en apenas dos días montó un hospital de cuyas dimensiones dan cuenta las 80 toneladas de material que hubo que transportar, primero en avión y después en ocho tráileres hasta la explanada elegida, a pocos kilómetros del epicentro del primer terremoto; el más violento sufrido por Turquía desde 1939. Iniciaron el despliegue a las 15.00 horas del viernes 10 de febrero y al final de la tarde del domingo ya estaba todo listo para activarse el lunes 13 a las 7 de la mañana; eso sí, después de pasar noches previas bajo cero mientras los logistas acababan de instalar equipos de climatización.

«Todas las rotaciones fueron muy complicadas», relativiza Rafael, quien se decidió a participar en esta misión humanitaria, la primera para él en 23 años de profesión, por «el deseo de ayudar en lo que uno sabe hacer, pero fuera de la zona de confort», con lo que eso conlleva de aprendizaje profesional, personal y vital. «Hubo que ejercer en un ambiente completamente diferente al habitual, con hostilidad en todos los sentidos. Ya no de peligro físico, sino por trabajar con gente a la que no conoces, con recursos que no manejas normalmente... Una de las cosas que más me impactó fue atender a gente con la que no podía entenderme por el idioma», de ahí que la labor de los intérpretes, turcos la mayoría, resultara «fundamental».

Pero hay detalles que se captan sin hablar, que se ven y sobre todo se sienten, y lo más duro para Rafa fue trabajar «teniendo que percibir el dolor y la desesperación de la gente, sabiendo que todo lo que se estaba haciendo por ellos no era más que un grano de arena en una playa». «Sólo parches, porque después tenían que volver a una vida completamente desestructurada». 

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NUEVOS SISMOS. A nivel técnico, lo más complicado fue cuando ya llevaban una semana de trabajo, atendiendo a una media de casi 200 pacientes al día, y tuvieron que bregar con las consecuencias de los nuevos sismos que se produjeron el 20 de febrero: «Nos quedamos como único centro de asistencia sanitaria en 30 kilómetros a la redonda y el aluvión de pacientes nos desbordó en un primer momento», cuenta Rafa. «La gente no tenía otro sitio al que ir porque los demás servicios sanitarios estaban en edificios que se habían derrumbado, y eso supuso poner a prueba nuestro sistema de una manera súbita y muy intensa, pero en unas horas conseguimos normalizar más o menos la situación». El tope de presión asistencial que se había fijado para el hospital de campaña estaba en unos 200 pacientes diarios, pero entonces llegaron a superar los 400 en una jornada. Al cabo de once días de actividad (aparte de los tres de viaje y montaje), cuando terminó el plazo de su contingente, iban por 2.961.

Las dos sanitarias de Segovia llegaron en ese relevo. «Las rotaciones están bien pensadas porque son dos semanas en las que estás dándolo todo», señala Noelia; lo más habitual, turnos de 12 horas con una pausa para comer. «Los de hospitalización éramos los que más tiempo libre teníamos, pero propusimos que nos metieran de apoyo para alguno de los servicios más intensos, como triaje, urgencias… Los quirófanos siempre estaban en alerta», continúa. Y aparte, la labor en el campamento de refugiados, tanto logística como de abastecimiento, o incluso para algo tan aparentemente superficial, y sin embargo básico, como «jugar con los niños».

«Todos hacían de todo». «Allí no había ningún problema para trabajar, todo el mundo hacía lo que fuera como fuera. El anestesista es anestesista, pero si había que barrer, si había que limpiar el quirófano después de intervenir, ahí estaba, y lo mismo el cirujano, el ginecólogo, las enfermeras… Te das cuenta de lo que es trabajar de verdad en equipo», valora Noelia. «Ojalá se trabajara en los hospitales en España como en cooperación», coincide Eva, si bien matiza que para hacerse una idea de lo que fue aquello «hay que quitarse de la cabeza la imagen de lo que es un hospital en España». Aunque fue en el campo de refugiados donde más clara vieron «la cruda realidad de lo que les quedaba allí, que es nada». El segundo contingente se encontró además con un hospital en marcha, pero los imprevistos se sucedían, como recuerda Noelia: «Un tornado tiró las tiendas, la valla que nos protegía y la farmacia, que volver a ordenarla fue un reto increíble», mientras se procuraba mantener la actividad asistencial. Y por si el frío del primer contingente y el viento del segundo hubiera sido poco, al tercero y último le tocó «el diluvio», lluvias torrenciales e inundaciones en el hospital y el campamento.

Sanitarios de Segovia entre el horror y la esperanza turca
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Pero ninguno de los tres se recrea en las dificultades de la misión; las relativizan y aseguran que repetirían sin dudar, aunque no se lleven más que la satisfacción personal de ayudar, la experiencia, el aprendizaje y su nómina ordinaria como profesionales de la Sanidad pública, sin ningún plus ligado a la labor humanitaria. Eva ya había estado en India o Mozambique, donde trabajó «en circunstancias mucho más duras»: «No hay olvidar que Turquía es Europa, un país desarrollado que aceptó la ayuda porque se cayeron sus hospitales, igual que habría hecho España», advierte. «Por encima de las dificultades, me quedo con la experiencia del trabajo en equipo para sacar todo adelante», aprecia Noelia. «Lo más importante es que en las tres rotaciones fuimos capaces de dar una respuesta eficaz a las incidencias que fueron surgiendo», coincide Rafa. La tierra podrá volver a temblar, pero no el pulso de ninguno de los tres.