Desde principios del siglo XIX, los ingleses, además de escribirnos la historia (que lo siguen haciendo), se dedicaron también y en no pocas ocasiones a venirse por aquí a viajarnos. Entre ellos, destaca, sobre todo, George Henry Borrow, que para costearse la visita lo que hizo fue hacerse vendedor de biblias -versión protestante, claro-, que nos vendió muy pocas y le dieron muchos disgustos, pero consiguió viajar y escribir, que era lo que pretendía, y dedicarse por siempre a sus románticas pasiones, las ruinas históricas y las aventuras en países diferentes y lejanos.
Había nacido en East Dereham, en el condado de Norfolk, en el 1803. Hijo de un oficial de reclutamiento y de la vástaga de un granjero. Cuando tenía siete años, conoció a un gitano, Ambrosio Smith, que cambiaría su vida. Acabó pasando en el campamento de los cíngaros más tiempo que en su casa. Se enamoró de su forma nómada de vivir, aprendió sus costumbres, a montar muy bien a caballo, y su idioma, que sería el primero de los 30 que acabaría por saber al cabo del tiempo. Los empezó a estudiar desde muy joven, pero tendría que esperar para practicarlos bastantes años hasta que pudo conseguir levantar el vuelo.
Había cursado Derecho en Edimburgo y trabajaba como pasante, oficio que aborrecía, cuando se le presentó la primera oportunidad de emprender sus aventuras y poder sumergirse en la práctica y la estética del Romanticismo, a la que estaba suscrito.
Un día, ni corto ni perezoso, pilló el petate y echó a andar hacia Londres, que estaba a 120 millas. Tardó en llegar 28 horas, pero logró alcanzar su objetivo: la sede de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera y pedirles trabajo. Sus grandes conocimientos de idiomas les convencieron y se lo dieron.
En 1835, fue enviado a España -en el que sería su gran viaje iniciático precursor después de muchos otros auspiciados por tal Sociedad- y luego ya como corresponsal del Morning Herald, por Rusia, Francia, Alemania, Portugal, Marruecos y diversos países de Oriente.
Su misión entre nosotros no era otra que difundir y vendernos las Sagradas Escrituras en lengua vulgar y sin notas allí donde no estaba permitido, y aquí no lo estaba. Hizo traducirlas en Madrid al español y también caló la lengua gitana, y abrió una librería con ellas en la calle del Príncipe. A los madrileños les cayó muy simpático y le pusieron Don Jorgito, el inglés. Se le recuerda todavía en una placa. Luego se lanzó a los caminos, que era lo que más quería hacer, pero que estaban bastante revueltos, ya que andábamos en plenas guerras carlistas.
Pero no iba a ser aquello su principal problema, sino que topó con que si algo tenían en común los dos bandos era la religión católica, que no solo era «la única verdadera» sino, y peor para él, la «única permitida». No se arredró por ello durante los cinco años que estuvo dando vueltas por España con sus biblias a cuestas recorrió cinco años en el sur de nuestra geografía, con encontronazos con los nativos, que especialmente fueron continuos con el clero y las autoridades. Expulsiones de los pueblos, arrestos, amenazas de muerte, detenciones y acabar en la cárcel en Sevilla le acompañaron en su recorrido, pero supo aprovechar también su tiempo para dar rienda a su curiosidad, capacidad de observación y tomar nota de todo cuanto veía. Y eso, al cabo, es lo que labró su fortuna. Cuando volvió a Inglaterra lo publicó en un libro: La Biblia en España. Tuvo un éxito enorme, se hizo famoso y no solo en su país, sino que también tuvo su propia versión en alemán, francés y ruso.
Y al final, también en español, aunque para eso hubo que esperar al siglo XX y a que nada menos que Manuel Azaña se lo tradujera. En principio, la obra es un relato pintoresco de sus viajes y aventuras como difusor de biblias protestantes en nuestro país y en plena primera guerra carlista. Pero es también una excelente creación literaria escrita con finura y gracia, un gran libro de viajes que contribuyó como ninguno a promover la imagen medievalizada de España en la Europa del Romanticismo, y que todavía perdura. Tanto es así que la famosa ópera Carmen, de Próspero Merime, debe uno de sus personajes centrales a ella, pues Don José esta inspirado en un personaje del libro, que tiene mucho también de novela de aventuras.
Los gitanos son una continua referencia en su producción literaria y les dedicó varios títulos, además de seguir frecuentándolos a lo largo de toda su vida. A su vuelta de España, se casó con una viuda de un militar, y con los ingresos por el libro se compró una finca en Oulton Broad, donde permitió siempre que los zíngaros plantaran sus tiendas. Aunque tenía casa en Londres y pasaba mucho tiempo fuera en otros países, a la muerte de su mujer en el año 1869 retornó a Oulton, donde terminó por afincarse y no dejar de compartir charlas y cuentos con sus amigos gitanos, hasta fallecer en 1881.
Uno de mis pasajes favoritos de su obra hispana es su descripción de la bajada por el puerto de Mirabete hasta el Tajo. Su cruce, su camino a lomos de una burra hasta una venta del pueblo más cercano y su charla -tras haberse cenado unas perdices que había comprado en Jaraicejo a un gitano-, con los demás clientes: un cazador y dos pastores, un soldado licenciado de vuelta de la guerra y un mendigo, que tras pedirles limosna se unió al grupo. Le hablaron, entre la admiración y el miedo, de lobos, de sus mañas y peligros, y resulta una pieza de maravillosa factura que comienza así:
«Bajaba yo del puerto de Mirabete pensando a ratos en el propósito que me había llevado a España y admirando uno de los más hermosos panoramas del mundo. Ante mí se extendían inmensas planicies limitadas en la lejanía por montañas gigantescas y a mis pies serpenteaba, entre márgenes escarpados, la vena angosta y profunda del Tajo. El sol poniente doraba el paisaje. El día, aunque frío y ventoso, era despejado, brillante. En una hora llegué al río por junto a los restos de un magnífico puente volado en la Guerra de la Independencia y no reconstruido».
Les aconsejo vivamente que lo lean y hasta que viajen con él por el presente, donde algo van a encontrar de aquel pasado.