Desembarcó en Segovia y abrió su primera empresa en 2009. Diseño de joyería histórica. Un negocio así es lo más cerca que se puede estar del foso de las fieras cuando no hay un castillo cerca. No pertenecía a la tribu que componen las firmas de joyería clásica que, ante el cambio de gustos y el desuso de regalos que pasaban de una generación a otra, se subieron al torpedo de las joyas reinventadas, llenando las franquicias de osos de peluche, corazones o lunas.
Sus piezas tienen un trasfondo basado en la importancia del patrimonio. Es su propia línea de flotación y el fundamento que dota su negocio de pensamiento y de trabajo. Esta socióloga de carrera, que aplicó de sus estudios la capacidad de análisis, la misma que después de Sociología estudió un master de Diseño Industrial y consiguió un Premio de Emprendedores, cree más en el valor de lo emotivo que en la joyería porque sí.
«Me parece más importante que una pieza te identifique con Ser y no con Tener». por eso, inventa sus piezas desde otro credo: «No busco tanto elementos comerciales como intemporales», dice. Lo tuvo claro desde que realizó aquel master en el que sus compañeros de Diseño Industrial hacían tornillos en Autocad, mientras ella aplicaba la tecnología 3D a las analogías históricas. Aún recuerda su primera pieza: «un esgrafiado basado en el Palacio de los Uceda-Peralta». Los comienzos difíciles no la hicieron desistir. «Casi dos años sin vender una pieza». Lo recuerda con una sonrisa pero reconoce que a punto estuvo de tirar a toalla. Visitó tiendas e instituciones tratando de vender sus piezas o dejarlas en depósito, pero como dice: «Trataba de vender un esgrafiado de Segovia y en Segovia no lo entendían». Alguien le habló entonces de una concejala, Claudia de Santos. «Me dijeron: seguro que ella lo ve». «Le conté en diez minutos a qué quería dedicarme y me preguntó si podía hacer algo con el símbolo de Abrahán Sennior. Lo hice y desde que empecé a trabajar con Turismo de Segovia se me abrieron todas las puertas».
Su primera empresa se llamó Lucrecia; por la Borgia potente que destacó en un mundo de hombres. Luego, las circunstancias de la vida la obligaron a hacer un parón y a reinventarse bajo el nombré empresarial de Artemisia: la mujer más famosa dentro de los grandes maestros de la Historia del Arte y la primera fémina que logró acceder a la Academia de Florencia. Visto así podría parecer que siente una atracción especial por el siglo XVI, pero su gusto histórico no se deja encasillar en un momento nada más. Su idea del diseño tiende más a la hibridación que recuerda su lema de empresa: ‘El arte es la huella de la vida en el tiempo’.
La primera vez que vio el Acueducto de Segovia le pareció «grandioso». Así lo describe la mujer que nació en Madrid y acabó haciéndose segoviana y madre de dos hijos nacidos aquí. En Segovia sintió la «majestuosidad» de una ciudad amable y el Acueducto le produjo casi un síndrome de Stendhal. «Es un monumento tan potente que puede parecer hasta irreal», dice. Supo que su reto como diseñadora de joyas históricas era trasladar a un objeto tangible toda la emoción que había sentido ella al verlo.
Ha sido su pieza estrella. La que más le costó plasmar. La que le abrió camino al mercado. «Cuando pasaba por el Acueducto me paraba; tocaba cuidadosamente un sillar y pensaba: ‘Tengo que darle una vuelta’». Y eso hizo. Le dio una vuelta completa para recrear un monumento que parece observado con un ojo de pez, convirtiendo la longitudinal alineación de sillares en un círculo. Lo bautizó como ‘Acueducto infinito’. Más de cinco mil piezas, además de otras tantas gargantillas, llamadas la ‘Sonrisa del Acueducto’, cuelgan sobre muchos vecinos o visitantes de paso, que un día, tras sentir la emoción al natural, quisieron el objeto y lo hicieron viajar a muchos países.
Versátil creadora, no se detuvo en medallones y gargantillas. Llaveros, broches, gemelos, anillos o pendientes forman parte de sus tótems propios.Ella mira y ve más allá de las poderosas imágenes patrimoniales que convierte en elementos simbólicos, con forma de joyería actual.Un rosetón de la Catedral, un esgrafiado o el mismísimo Acueducto le sirven la inspiración que, a veces llega de encargo.Fue el caso de unos gemelos que regalaron unos novios suizos a sus invitados al enlace en aquel país. Habían estado en Segovia y conocían las piezas. Desde Suiza le enviaron una foto «a lo Nadal», con un gemelo puesto y otro entre los dientes. «Me emocioné al ver que el Acueducto les unía ante la misma imagen».
Algo parecido le sucedió hace poco cuando entraba al Museo del Prado. En la cola de acceso, una señora lucía ‘la sonrisa del Acueducto’. «Qué colgante más bonito lleva!», le dijo Ángela. La señora le explicó que se trataba del Acueducto de Segovia, hecho por una diseñadora. «Lo sé; soy yo». Pues la felicito porque me gusta tanto que he comprado varios para regalar», le respondió. Así entiende ella la vocación creativa. «Trato de dar ese valor a Segovia a través de la joyería».
La creadora que intuyó lo que quería; la buscadora que externaliza su trabajo hasta escuchar el último consejo de los talleres «porque pueden mejorar la ergonomía de cada pieza», ha demostrado que el linaje del oficio no era imprescindible para hacerse hueco hacia el camino elegido. Después de irrumpir sin red en un territorio altamente inestable, tiene predicamento. Igual que aquella Artemisia supo abrirse camino en un siglo sin apenas futuro para la mujer.