Hoy es nuestro último viernes con ustedes. El 29 de septiembre cerramos nuestras puertas. Ha sido un placer su compañía en esta andadura. Hasta siempre. ¡Nos vemos en los bares!». El mensaje, escrito en una pizarra, avisaba del cierre, al día siguiente, de las ‘Cuevas de San Esteban’; una noticia que provocó conmoción entre los fieles al establecimiento, referente en los últimos 29 años de la hostelería segoviana.
«El último día vinieron muchos amigos. Recibí muchas muestras de cariño. Me pasé el día llorando de la emoción», explica Yolanda Moreno, que en los últimos tres años ha llevado en solitario las riendas del bar-restaurante. No fructificaron las conversaciones para renovar el alquiler de la casona —al parecer la propiedad pretende acondicionar el edificio como residencia de estudiantes— y Yolanda, aceptando el consejo de sus hijos, decidió renunciar a montar el negocio en otro lugar. Las ‘Cuevas de San Esteban’ forman ya parte del recuerdo de Yolanda, a quien le llegaron no pocas ofertas para trabajar en otros establecimientos. De hecho, ya lo hace, al otro lado de la barra, en la Fonda Ilustrada Juan Bravo. «Ya me dijeron mis clientes, amigos también, que irián donde yo fuese y por aquí ya les he tenido», explica Yolanda, que admite que las ‘Cuevas de San Esteban’, en la calle Valdeláguila, fue, casi desde su apertura, en 1989, todo un referente.
Junto a su marido y padre de sus tres hijos —Marta, Víctor y Saúl—, el afamado sumiller Lucio del Campo, ganador del prestigioso Nariz de Oro, en 2002, abrieron el bar-restaurante, enclavado en una histórica casona, que contaba con un aljibe con más de 600 años, donde se instaló el comedor principal del restaurante. Yolanda abandonó su trabajo en el ‘Ambulatorio’ para acompañar a su marido en su negocio de hostelería, «sin saber mucho, la verdad», recuerda. «Al principio fue muy duro. Empecé en la cocina y luego ya salí a la sala», comenta.
Uno de los factores que contribuyó al éxito de ‘las Cuevas’ residía en que irrumpió con una oferta diferente. «Hicimos horario continuo y la cocina siempre estaba abierta», recuerda Yolanda, que destaca, entre las virtudes del establecimiento, el encanto de su comedor y su amplia carta, donde también eran protagonistas las raciones, muchas servidas en cazuelas de barro, donde destacaba el lomo de la casa al ajillo, el revuelto de morcilla con pasas y piñones y los callos y morretes guisados con setas. A ello se unía una espléndida carta de vinos, que Lucio se encargaba de presentar a los clientes con todo lujo de detalles, otro atractivo, no menos importante, del local.
‘Las Cuevas de San Esteban’ fue lugar elegido por las compañías teatrales que actuaban en el cercano teatro Juan Bravo; como lo atestiguaban las centenares de fotografías de actores y actrices que decoraban las paredes del establecimiento. «Hicimos grandes amigos del teatro. Casi todas las compañías venían aquí a cenar», recuerda Yolanda, a quien le resulta imposible recordar las decenas de actores que degustaron los platos, raciones y vinos del local. «Es que son tantos...no sé, Federico Luppi, Enma Penella, Tony Cantó.. son infinidad», explica. Las fotos fueron retiradas antes del cierre y protegidas en varios álbumes. «Ya nos han dicho, que estas fotografías son historia, un tesoro», añade.
En estos días, no ha parado de recibir muestras de afecto, no exentas de nostalgia por un local que «era diferente, muy familiar, era punto de encuentro de amigos para tomarse unas raciones». Mayor mérito tenían ‘las Cuevas’ al encontrarse en una calle que no quedaba al paso del trasiego turístico. «Mira que es un sitio un tanto escondido, pues nos buscaban. Venía mucha gente de fuera que repetía», explica Yolanda. El éxito de ‘Las Cuevas’ motivó la apertura de un segundo restaurante, ‘El Divino’, que aportaba un concepto de cocina innovadora, diferente, que no cuajó. «Era quizá demasiado moderno —dice—, un tanto atrevido, para el momento en que lo pusimos».
Cerrada esta etapa, Lucio y Yolanda siguieron con ‘Las Cuevas’, hasta que el sumiller se desligó del restaurante y fue su esposa la que lo ha gestionado en solitario en los últimos tres años. «Creo que las Cuevas era un restaurante muy especial, puede ser irrepetible», señala. «Yo ya estaba un poco cansada. Quizá hubiera seguido pero mis hijos no querían. Me decían que iba a echar raíces en el restaurante. Ahora tendré un poco más de tiempo para mí», concluye.