Después de todos estos meses de sufrimiento personal, devastación económica, el caos político subsiguiente y el tumulto social creado, es fácil ver lo poco que hemos aprendido. Se intuye que la resaca del verano va a ser criminal pues nadie parece querer asimilar el previsible futuro. Nos irrita que haya gente que se atreva a decirnos las cosas claras. Ni siquiera los más cercanos ideológicamente aceptan con elegancia los hechos evidentes si entran en conflicto con sus decisiones vitales personales.
El sistema que nos ha acompañado durante los últimos 50 años ha llegado a su fin. No significa que vaya a colapsar mañana sino que su ineficiencia e insostenibilidad va a ser manifiesta incluso para sus más firmes defensores. Con una sólida pirámide poblacional, reducida esperanza de vida y un crecimiento económico constante era fácil distribuir generosamente recursos.
Lo trágico es que con el tiempo la sociedad se vuelve tan acomodada que olvida sus orígenes y la base de su riqueza. Llevamos décadas aceptando servilmente ideas que nos dicen que la pobreza es fruto de las injusticias sociales, el heteropatriarcado, el racismo, la inadecuada distribución económica y por último, el capitalismo.
Se me ocurre una larga lista de respuestas a todos estos comentarios, pero todos ellos aumentan la confusión de una empanada mental que no sabe apreciar dónde está la verdad. Pensemos en un país rico, definido éste por uno en donde haya una distribución equilibrada de los recursos y en donde el capitalismo en cualquiera de sus variantes no esté presente. La respuesta es CERO.
Puede ser doloroso aceptar esta cruda realidad, pero un poco de humildad intelectual nos puede ayudar a comprender que la propiedad privada y la libertad del mercado son claves. No son el único elemento indispensable al requerir iniciativa individual, talento, ambición y desde luego un amor auténtico al riesgo. Ninguna de estas cualidades personales abunda por nuestros lares. Algún despistado incluso mencionará la independencia judicial, sin sonrojarse al pensar en la Fiscal General del Estado o la legislación laboral, que por excesivamente garantista desincentiva el empleo.
Occidente está en decadencia y la pandemia o la existencia de una pirámide poblacional invertida son solo consecuencias. Estamos en crisis porque hemos olvidado de dónde venimos. Cuando alguien cree que el descubrimiento de América no fue un salto para la humanidad, es que vive en un mundo de engaños y mentiras. La ignorancia encubre muchos errores.