El asesinato ayer de dos mujeres y un sacerdote en la basílica de Notre Dame de Niza a manos de un joven de 21 años de nacionalidad tunecina, que degolló a las víctimas y no paraba de gritar consignas yihadistas durante su detención, eleva la alarma en Francia y constata que el país galo se encuentra en el epicentro de los objetivos del terrorismo islamista. El suceso, el tercer ataque en un mes, se produce en un creciente clima de tensión diplomática entre París y Turquía, que lidera a buena parte de los países islámicos, más aún desde que Macron volviera a defender la libertad de expresión y anunciara un plan que pone bajo lupa a los imanes y a las mezquitas más radicales.
La muerte del profesor de Historia Samuel Paty, decapitado por un checheno, después de que el maestro utilizara las portadas que caricaturizaban al profeta Mahoma en la revista satírica Charlie Hebdo para defender la libertad de expresión hace exactamente dos semanas fue la gota que colmó el vaso. Las protestas masivas en las calles de Francia, con una reacción en cadena de solidaridad y rabia, desencadenaron la respuesta de un Estado golpeado tantas veces los últimos años por los zarpazos yihadistas, que, por boca del presidente de la República, anunciaba medidas contundentes y modificaciones legislativas para tratar de poner freno a los mensajes y a las acciones de odio. Macron, sin ambages, señaló a los islamistas como el objetivo. A los pocos días, una de las mezquitas más importantes de París fue clausurada por difundir el vídeo de acoso del profesor, lo que provocó una llamada al boicot de Francia y de sus productos en todo el mundo árabe.
El pasado miércoles, la misma revista salía a la venta con una portada de una caricatura de Erdogan en ropa interior, levantando el burka a una mujer para verla medio desnuda, un dibujo que sentó fatal en Ankara, elevó más la tensión y sirvió como argumento para que el presidente turco señalara de nuevo a Francia como el país en el que no se respetan las creencias del mundo islámico. Turquía anunciaba que tomaría las «medidas legales y diplomáticas».
Macron, que ayer decidió duplicar el número de militares para proteger escuela e iglesias, no es el primer mandatario galo que trata de poner coto al fanatismo religioso, pero sí parece sentirse respaldado para luchar contra un enemigo cuya pretensión es la de convencer en masa a las nuevas generaciones de que la sociedad occidental defiende valores contrarios al islam. Francia no está sola y la UE, que ha sufrido la sinrazón del yihadismo en numerosas ocasiones, debería liderar una respuesta conjunta ante un fenómeno que se empieza a enquistar en las capitales de los países europeos y que, antes de la llegada del coronavirus, era la mayor amenaza del Viejo Continente.