Moscú. La expectación es enorme. La vetusta sala de conciertos Tchaikovsky es el escenario de la vigésimocuarta y última partida del match por el campeonato del mundo. El joven Kasparov llega con ventaja en el marcador y a Karpov, que juega con blancas, no le queda otra opción que atacar de manera despiadada; algo totalmente opuesto a la seña de identidad de su forma de jugar: control y paciencia. El silencio es sepulcral. Los primeros movimientos se suceden y el reloj de doble esfera, que registra el tiempo invertido por cada jugador, marca el paso de un duelo que decidirá quién es el campeón del mundo.
El ajedrez, la denominada gimnasia del espíritu, busca su rey. Un año antes, Karpov y Kasparov ya protagonizan un match marcado por una suspensión muy criticada. En las nueve primeras partidas, el aspirante del establishment soviético y actual campeón arrasa a su rival, con un 4-0 que pone a Kasparov contras las cuerdas. Sólo necesita dos victorias más para alzarse con el título. Sin embargo, el joven de origen azerbaiyano consigue lo que nadie espera y empata 17 partidas consecutivas que hacen dudar a un Karpov, que, aún así, logra la quinta victoria. Todo es un espejismo. Kasparov se repone y hace hincar la rodilla tres veces a su rival. Casi llevan medio centenar de partidas, cinco meses jugando y el estrés pasa factura al campeón, que tiene que ser ingresado en el hospital tras perder 10 kilos. Su rival está pletórico. Pese a que en un principio parece que la presión puede con él y que va a ser derrotado, se encuentra con muchas más fuerzas que su oponente. Pero, en una decisión sin precedentes, el presidente de la Federación Internacional de ajedrez decide poner punto y final al match, justificando su determinación por los problemas de salud de sus jugadores. Kasparov critica la maniobra y señala al Kremlin.
Los jueces piden constantemente silencio a un público que jalea los últimos movimientos del joven disidente. La victoria está cerca. Karpov y su táctica suicida van cayendo en la tela de araña diseñada por Kasparov. No hay salida. Las blancas están contra las cuerdas. Tras siete meses, el aspirante vence al maestro. El millar de personas que presencian la partida rompe a aplaudir, en un gesto desafiante al poder que gobierna en la Unión Soviética. La Perestroika asoma la cabeza.
Como hicieran los dos grandes cracks del ajedrez en la década de los ochenta, los políticos españoles han estado jugando una partida de ajedrez desde el pasado 28 de abril. Los partidos, con sus tacticismos y estrategias, han hecho oídos sordos al mensaje que lanzó la ciudadanía en las urnas y han preferido pensar en su propio interés, suscitando hastío y desafección entre la sociedad. Unos, jugando con las blancas; otros, con las negras, pero todos bloqueando al oponente y llevando forzosamente a unas tablas que obligaron a convocar unas nuevas elecciones.
Desde el año 2015 se han celebrado ya cuatro comicios para elegir presidente y parece que las de este 10 de noviembre van a dejar nuevamente un escenario similar, en el que la aritmética, si sus señorías no tienden puentes, no va a permitir la formación de una mayoría capaz de gobernar los próximos cuatro años. Sobre el tablero se volverán a dar varias opciones factibles para que se pueda conformar un Ejecutivo, aunque si vuelve a reinar el inmovilismo, el enroque, el interés partidista y las imposiciones de unos y otros se llegará hasta esa senda de incertidumbre que acabará por llevar las negociaciones a un callejón sin salida.
A nivel económico, la desaceleración comienza a ser un hecho. Las cifras de los indicadores y las revisiones a la baja de las previsiones de los principales organismos monetarios dan síntomas de agotamiento. Europa ya ha avisado de que, pese a que España sigue creciendo a mayor ritmo que la zona euro, no es oro todo lo que reluce. Ya han alertado de que las cuentas del próximo año incumplen la meta de déficit y se cuadruplica el gasto público. Los empresarios están inquietos y el mercado laboral se resiente.
Pero el mayor problema al que se enfrenta el país es al secesionismo más radical. Las imágenes que se han visto estas semanas tras la sentencia del Supremo por el procés y los mensajes que se lanzan desde la Generalitat no invitan al optimismo. Cataluña es un polvorín.
Jaque mate. Con una sonrisa tímida, Garry Kasparov se convierte el 10 de noviembre de 1985 en el campeón más joven de la historia del ajedrez. Con los años, su admiración llegará al nivel del excepcional Bobby Fischer.
La noche del próximo domingo se sabrá, no sólo quién gana las elecciones, sino qué pactos son necesarios para evitar que haya tablas de nuevo. Sería un error imperdonable no tener altura de miras y que los partidos políticos sean incapaces, una vez más, de ponerse de acuerdo para gobernar un país que exige y merece estabilidad.