Editorial

Una tragedia repetida en la frontera entre el mundo rico y el mundo pobre

-

El verano no puede ser excusa para dejar pasar por alto algunas informaciones que ponen en entredicho el compromiso de las sociedades desarrolladas para erradicar uno de los dramas humanitarios más vergonzantes. En las últimas semanas se han sucedido titulares -alejados de las primeras páginas que demuestran la incapacidad de los organismos internacionales de evitar que los mares más cercanos a la 'civilización' sean auténticos cementerios. Mientras el 'primer mundo' sigue mirando al dedo de su opulencia, hasta sus costas continúan llegando cayucos cargados de desesperación o cadáveres de los que viajaban en ellos.

La magnitud del horror lo refleja una cifra que crece a diario. Más de 1.800 personas han perdido la vida en lo que va de año en la peligrosa travesía del norte de África a Europa. Datos que mañana quedarán obsoletos y seguirán creciendo, porque continúan contándose por millares los seres humanos que intentan alcanzar el viejo continente huyendo de la miseria, la violencia o la persecución y porque siguen faltando políticas y mecanismos en la Unión Europea, en su conjunto, o en los países de destino para prevenir los naufragios.

Esa sucesión de tragedias ha terminado por 'inmunizar' a los ciudadanos europeos, que parecen haberse acostumbrado a unas muertes que jamás deben ser vistas como algo inevitable.

Europa y sus autoridades han de mirar con mayor rigor y compromiso a la realidad africana. La política exterior de los 27 miembros de la UE no puede ser ajena a la inestabilidad que se ha instaurado en Níger y en otros países de su entorno tras el reciente golpe de estado. Hay miedo entre la población y suenan tambores de una guerra civil que podría provocar masivos movimientos migratorios de consecuencias imprevisibles.

En este escenario de pobreza, persecución y muerte, resulta especialmente repugnante el papel de las mafias que se enriquecen con el sufrimiento ajeno. Es descorazonador que sigan existiendo personas dispuestas a hacer negocio con el tráfico de seres humanos. Los gobiernos de ambos lados del Mediterráneo tienen que mejorar los mecanismos de coordinación para perseguir a esas organizaciones criminales y aumentar las penas legales.

Es evidente que la tarea es inmensamente compleja y que Europa se enfrenta a uno de sus mayores desafíos, pero por encima de las dificultades está el derecho a la vida. El derecho a un futuro mejor de personas que han nacido en la cara B de un mundo que, en demasiadas ocasiones, parece empeñado en darles la espalda.