Mil años de agua y vida

M.Galindo
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La Comunidad de Regantes publica el libro del jurista e investigador Jesús Fuentetaja en el que recorre la historia y los avatares jurídicos y administrativos de la Cacera de San Lorenzo

Jesús Fuentetaja, en uno de los enclaves de la cacera. - Foto: M.G.

Jesús Fuentetaja cuenta que en su niñez, y junto a otros chicos del barrio de San Lorenzo en el que se crió, los cauces de la cacera de San Lorenzo se transformaban en imaginarios ríos o mares en los que ponían a navegar barcos de papel con los que los chavales competían en velocidad o resistencia, según la consistencia de la nave. Pasaron los años y Fuentetaja fue descubriendo que la cacera era mucho más que el área de juegos infantiles de los niños del barrio, porque tras esa peculiar infraestructura que riega las huertas del arrabal segoviano se cuentan mas de diez siglos de la historia de una ciudad que les debe el cinturón verde regado por los ríos Eresma y Ciguiñuela.


La formación jurídica y su pasión por la historia de Segovia le han llevado a escribir un libro que se suma a la media docena de publicaciones que ha escrito sobre temas de Segovia, y en esta ocasión especialmente dedicada a glosar la historia y los avatares de la Cacera de San Lorenzo, editado por la Comunidad de Regantes de San Lorenzo, presentado en el marco de la semana cultural previa a las fiestas del barrio.

El libro no se limita únicamente a plasmar la historia de la cacera, sino que su autor apunta una teoría sobre el origen de la cacera, vinculada en su opinión a la segunda repoblación de Segovia realizada por Raimundo de Borgoña en el siglo IX, donde hay historiadores como Joaquín Pérez Villanueva que apuntan a que el arrabal de la ciudad estaría poblado  antes que el centro, ya que el agua de los ríos permitía el desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas y de una incipiente industria que aprovecharía la fuerza hidráulica para la creación de molinos de trigo  o papel.

Estos primeros pobladores convivirían, según la tesis de Fuentetaja, con núcleos de población moriscos y mudéjares asentados con anterioridad, y a quien podría deberse la construcción de esta cacera, similar en su estructura a las acequias ya asentadas en otras poblaciones.  «En 2011, en las obras que se realizaron para acondicionar la cacera, uno de los albañiles comentó que había advertido en algunos sillares de la antigua cacera grafías de origen árabe, pero no se ha podido demostrar porque no se pudo documentar fehacientemente», asegura el autor.

Esta hipótesis situaría el origen de la cacera casi cinco siglos antes de los primeros documentos oficiales que hablan sobre la cacera, fechados en 1515 en el que el alcalde de la época, Pedro González de Carranza dictaba las ordenanzas para el riego de las huertas dictadas en 1443, en el reinado de Enrique IV.

Con esta hipótesis, Jesús Fuentetaja pone de manifiesto la importancia histórica de la Cacera de San Lorenzo, que se anticipaba ya a lo que siglos después se ha venido llamando 'sostenibilidad ambiental'. Así, recuerda que la ONU, en los años 70 recomendaba a las grandes capitales «proveerse de huertos urbanos para preservar el medio ambiente y el abastecimiento de las ciudades y frenar su crecimiento descontrolado, cuando en Segovia ya se había hecho en la etapa medieval».

El libro dedica gran parte de sus páginas a glosar la historia más reciente de la Cacera de San Lorenzo, marcada por la decisión de la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD) de declarar extinguida la concesión administrativa de la cacera, paradójicamente cuando años antes el Ayuntamiento emprendió un ambicioso proyecto de regeneración de la acequia para darlo a conocer y que puso en valor todo este entramado hidráulico.

En este sentido, señala que la conservación y mantenimiento de la cacera «está por encima del interés particular de los 26 regantes que forman parte de la comunidad, ya que forma parte del paraje pintoresco de la ciudad desde 1947, y ello ha servido como base para plantear las alegaciones resueltas a favor a la CHD en el marco del Plan Hidrológico de la Cuenca del Duero, que plantea la provisión de agua a aquellos bienes de interés cultural de los que el agua forma parte».

De este modo, Fuentetaja señala que la CHD debe armonizar el cumplimiento de la obligación de la conservación del patrimonio y de la administración de los recursos hidráulicos, teniendo en cuenta en este último caso que el consumo de agua de la cacera «se autoregula en función del caudal de los ríos, y  el sobrante no se pierde, sino que regresa a su caudal por los dos aliviaderos que posee».

Valora también el esfuerzo realizado por el Ayuntamiento de Segovia en los últimos años, y pone de manifiesto el trabajo desarrollado por el que fuera concejal de Obras y Servicios Miguel Merino «que se volcó en la defensa de los intereses de la cacera como bien histórico». Asimismo, señala que el municipio remitió en febrero de este año la solicitud a la CHD para la nueva concesión a los regantes, con el fin de poder asumir su gestión y la posibilidad de conveniar con la comunidad su desarrollo para la organización de los turnos de riego o las labores de limpieza que ahora se desarrollan de forma particular por los regantes. También valora la intervención de otras instituciones como la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, que  expresó el apoyo a las alegaciones presentadas para mantener el uso tradicional de la cacera basándose en el interés histórico de la instalación hidráulica.

Fuentetaja señala que para los regantes «es posible que les interesara más tener un solar en esa zona que una huerta, pero sin huerta no hay agua y sin agua no hay vida, y los regantes tienen un compromiso moral más allá de la productividad que puedan obtener de sus huertos».
Por ello, considera fundamentas que Ayuntamiento y CHD puedan alcanzar un acuerdo que permitan que la cacera se mantenga, porque «tenemos la obligación de preservarla en su integridad para las generaciones venideras, tal y como se ha venido haciendo desde hace casi un milenio».
«Segovia se enfrentaría a un grave problema urbanístico si desaparecieran las huertas», asegura Fuentetaja, porque su mantenimiento «no depende de las personas que plantan tomates, sino que es un objetivo común de la ciudad».