Alberto Martín regresa a la adolescencia en su quinta novela

Nacho Sáez
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El escritor y publicista segoviano viaja a las vivencias de una época que califica como "muy feliz" 'Los años que fuimos invencibles'.

Alberto Martín García, el pasado martes en el campus María Zambrano. - Foto: Rosa Blanco

Alberto Martín García todavía se ve a sí mismo escribiendo crónicas deportivas con su primer ordenador o desparramando sobre un papel todas sus dotes persuasivas para conquistar a las chicas a las que no se atrevía declarar su amor cara a cara. «Tengo unos recuerdos maravillosos de todos mis años en el colegio y en el instituto. Es que no se me ocurre ni siquiera un momento negativo. Fueron muy emocionantes, de descubrimiento y, además, de asociarlo a un montón de personas con las que incluso tengo relación hoy en día», explica Alberto Martín García, que en su quinta novela, 'Los años que fuimos invencibles' (Universo de Letras), regresa a la adolescencia.

«A la mía y a la de cualquiera», señala sentado en un moderno asiento de uno de los espacios comunes del campus María Zambrano, donde es profesor del Grado de Publicidad y donde comparte mucho tiempo con los jóvenes que él fue un día hace no tanto tiempo (acaba de cumplir 42 años). «[La actual] no es que sea mejor o peor época. No creo que la comparación valga para mucho porque a lo mejor nosotros en los 90 tampoco hubiéramos aguantado la comparación con los de los 70. Pero sí que veo que antes la calle era un punto de encuentro mucho más natural desde una edad mucho más temprana. Tengo la sensación de que cierta naturalidad asociada a las vivencias de la calle, de los parques o de los recreativos sí que se ha perdido», reflexiona.

'Los años que fuimos invencibles' es la historia de Santi, Andrés, Toni y Jandro y sus primeros emores y calabazas, las tardes infinitas de amigos, fútbol y juegos… «Es ficción. Llo que pasa es que el libro nace de un montón de recuerdos y anécdotas que yo he vivido, que he observado, que me han contado... A partir de ahí las he novelizado y las he metido un montón de elementos de ficción», apunta, al tiempo que da algunas claves de lo que se a a encontrar el lector: «Los personajes empiezan con 14 años en 1991 y terminan cuando hacen la selectividad en el 95 con 18, y no hay una trama. Puedes empezar el libro por el último capítulo y no pasa nada».

Tampoco hay un escenario principal («Me interesaba que lo que generara empatía o afinidad al lector fueran sobre todo las vivencias de los chicos más que el hecho de asociarlo a un lugar determinado») ni una nostalgia mal entendida. «No es que piense que ojalá pudiera volver ahí detrás, pero sí creo que podríamos aprender que en la calle con los amigos estaba el verdadero éxito de que tú te divirtieras que aprendieras… En parte esa relación la ha sustituido la tecnología y por el por el camino se quedan un montón de matices. Simplemente estar tres horas sentado en un banco comiendo pipas o jugando al fútbol te servía para empaparte de los demás de una forma muy natural en la que ni siquiera te dabas cuenta. Al final uno aprende de sus amigos y de su entorno», continúa.

Ese ejercicio retrospectivo le ha permitido divertirse. Más que en ninguna de las otras cuatro novelas que había escrito hasta ahora, 'Tras la estela de un cuadro' (Premium Editorial, 2012), 'Cuando sopla el viento de levante' (Premium Editorial, 2016), 'El silencio de Raquel' (B de Bolsillo, 2021) y 'Las vidas que no eran' (Universo de Letras, 2022). «Me encuentro en un momento de hacer un poco lo que lo que me pide el cuerpo. Llevaba cuatro novelas que podemos catalogar tres de misterio y una negra y me da la sensación de que tenía que ir por ahí porque era lo que le estaba gustando a la gente. En cambio en esta novela me he centrado en algo que a mí me apetecía mucho. También es verdad que venía de escribir 'Las vidas que no eran', que es un libro más largo, y de hacer la tesis doctoral. A lo mejor pierdo algún lector por el camino porque el cambio de registro es grande, pero he hecho lo que he creído», argumenta.

Este escritor segoviano llegó a ser finalista del Premio Ateneo Joven de Sevilla y el gigante Random House reeditó 'Los silencios de Raquel', pero no ha podido ascender a la élite de los escritores españoles. «En ese momento vi una oportunidad de llegar ahí arriba. Sobre todo porque la novela 'Las vidas que no eran' era para mí la mejor. Lo más probable era que no me cogieran, pero vi más fácil dar el salto. No sucedió así y el hecho de que no me dedique profesionalmente a escribir me ha hecho ser consciente de dónde está mi sitio. Si llegara algo mejor, bienvenidos, pero es verdad que no escribo con la sensación de que algún día pueda esto explotar. Si no llegó en el salto de la tercera cuarta novela, me sorprendería mucho que llegara ya», confiesa.

Aun así se ha impuesto una disciplina. «Cuando estoy una novela, intento ya desde hace ya de un par de novelas escribir todos los días. Porque eso es algo que sí que he aprendido de los escritores más importantes, que tienen una rutina. Cuando la he empezado a probar, la historia ha fluido muchísimo más rápido. Cuando empiezas a escribir al día siguiente entras ya en caliente. Es como si corrieras un maratón y hubieras calentado anteriormente», remacha.