Jesús Quijano

UN MINUTO MIO

Jesús Quijano

Catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Valladolid


Burgos y Valladolid

04/03/2024

Resulta increíble que la procedencia de una determinada ciudad y la invocación de una absurda rivalidad con otra haya podido ser el motivo de una brutal agresión de un joven burgalés que causó la muerte de un joven vallisoletano. De las investigaciones practicadas se ha derivado eso, sin que se haya apreciado ninguna relación previa entre ambos, ninguna disputa o discusión, ninguna circunstancia distinta que concurriera. Solamente eso, que un joven agredió a otro por ese motivo y le causó la muerte. Así de tremendo, así de incomprensible, así de preocupante.

Burgos y Valladolid son dos ciudades de esta Comunidad de Castilla y León en la que habitamos. Ambas llenas de atractivo y de historia, cada una con su encanto, su personalidad y su carácter. Tuve ocasión de experimentarlo personalmente en una etapa de mi recorrido académico: yo mismo, palentino ejerciente y afincado en Valladolid, ejercí la actividad académica en Burgos durante unos años y el recuerdo que conservo no puede ser más grato. Nunca percibí animadversión o recelo, ni en el ámbito universitario en el que me movía, ni en otros ámbitos ciudadanos que frecuentaba. Que entre ambas ciudades ha habido y sigue habiendo una rivalidad de origen difuso no tiene nada de extraño. La hay igualmente con León, con Salamanca, en menor medida con las demás capitales de la Región y quizá en este orden: Palencia, Zamora, Segovia, Ávila, Soria, que tendrá alguna relación con la distancia y la influencia. Probablemente tiene algo que ver con el hecho de que Valladolid sea la capital de la Comunidad, o de que se le supone un grado de desarrollo superior. Incluso la peculiar forma, y el no menos peculiar proceso, por el que se configuró nuestra Comunidad Autónoma haya tenido algo que ver con esa rivalidad.

Hasta ahí, la rivalidad puede ser un elemento competitivo y útil para el progreso. El problema aparece cuando la rivalidad degenera en odio y lo hace en tal medida espantosa, capaz de generar violencia. Si es así, es evidente que hay una obligación colectiva de tomar cartas en el asunto. Las instituciones, de manera principal; pero también los colectivos y asociaciones de todo tipo, empezando por los clubs de fútbol y de otros deportes, porque es evidente que en ellos se manifiesta a menudo esa tendencia a la rivalidad agresiva sin otro fundamento que el rencor. Y eso no puede ser.